La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Pascua judía y cristiana

Quitar a la Semana Santa su carácter movible determinado por la tradición judía quizás no sea una buena idea

Está escrito en Éxodo 12:2: “Este mes será para vosotros el principal de los meses… Esa noche comeréis (…) panes sin fermentar y hierbas amargas… Este será un día memorable para vosotros; en él celebraréis fiesta en honor del Señor. De generación en generación, como ley perpetua lo festejaréis”. Así lo hicieron, con esa inquebrantable fidelidad a Dios que es la marca y la honra del judaísmo, desde la liberación de Egipto hasta hoy, solo con algún cambio tras la destrucción del Templo y la diáspora.

Es el Séder de Pesaj, celebrado en la fecha movible del 14 del mes Nisán, en el primer plenilunio tras el equinoccio de primavera, rito conmovedor y lleno de poderosos símbolos, desde las cuatro copas rituales –más una quinta, que no se bebe, reservada al profeta Elías–, el pan sin levadura en recuerdo de la apresurada salida de Egipto –de donde procede la hostia del rito cristiano– o los seis alimentos de la Bandeja Pascual que recuerdan por su sabor, textura o color la dureza del corazón del faraón, el amargor de la esclavitud, el barro con el que se hacían los ladrillos o el sabor salado de las lágrimas de los antepasados. El rito es excesivamente extenso y complejo para comprimirlo aquí. Les recomiendo La tercera noche. Séder y Hagaddáh de Pésaj de J. A. Sobrado (Caparrós Editores), donde se explica paso a paso con la inclusión los extraordinarios textos que durante él se leen.

Jesús celebró, como judío piadoso, la cena Pascual. Es nuestra última Cena. “La última Cena y las palabras de la institución de la Eucaristía –escribe Benedicto XVI– se insertan en este contexto pascual de oración; en ellas la alabanza y la bendición de la berakha judía se transforman en bendición y conversión del pan y del vino en el Cuerpo y en la Sangre de Jesús”. Gracias a la fidelidad con la que de generación en generación los judíos han celebrado la Pascua, los cristianos conocemos la única fecha exacta de la vida de Cristo. No sabemos qué día nació, fue presentado en el Templo o inició su vida pública, pero sí cuando murió y resucitó. Unos años la Pascua judía y la cristiana coinciden y otros, a causa de las diferencias entre los calendarios, están separadas por dos o tres semanas. Despojar la Semana Santa de su carácter movible determinado por la tradición judía –la primera luna llena tras el equinoccio de primavera– para darle una fecha fija quizás no sea una buena idea.

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