Nadir se cree que todos los políticos de todos los partidos españoles estén de acuerdo con todas y cada una de las ideas defendidas por su líder, pero es un hecho probado que en pocas ocasiones nos encontramos con dirigentes que muestran su disconformidad con lo defendido por quien manda. La unidad, la disciplina o la obediencia ciega, según se mire, son notas esenciales del funcionamiento de los partidos españoles a izquierda y derecha. De creer cuanto hoy promete Pablo Casado, no se puede deducir otra cosa que durante muchos años ha tenido que estar en abierto desacuerdo con muchas de las decisiones del presidente Rajoy; tragarse lo que ahora sostiene Errejón implica concluir que su enfrentamiento ideológico, silencioso, con Iglesias ha sido brutal; aceptar la veracidad del compromiso de Susana Díaz con la defensa de la unidad nacional cuando aspiraba a liderar el PSOE supone que concluir que, ahora y aunque no lo dice, considera a Pedro Sánchez como un traidor, un felón y un peligro público.

Hay circunstancias en la vida de un político que facilitan que esas discrepancias silenciosas se hagan públicas. Tener la vida resuelta al margen del partido, aceptar la posibilidad de no ser incluido en una lista electoral o conocer que ha sido excluido de ella, carecer de aspiraciones a ser nombrado para cargos con responsabilidades ejecutivas -o de simple ornato pero bien retribuidos-, considerar que la falta de credibilidad del líder es irreversible o tener una cierta edad y haber disfrutado del ejercicio del poder excita la libertad de pensamiento y expresión y, por supuesto, la disidencia. Todas ellas concurren en quien no hace muchos años era una de las bestias negras del centro derecha español y hoy se ha convertido, desde la honradez y la libertad, en la conciencia crítica del socialismo nacional, Alfonso Guerra.

Este domingo se celebrará una multitudinaria manifestación para demandar el cese de las vergonzosas concesiones, que ahora niega cobardemente, de Sánchez al golpismo catalán y la inmediata convocatoria de elecciones. Es evidente la voluntad del presidente de hacer oídos sordos al clamor nacional e incluso a las demandas de quienes habrán de concurrir a las elecciones en mayo bajo las siglas del PSOE, que empiezan a ser conscientes de que el descrédito de este sujeto les arrastrará al fracaso. Una moción de censura encabezada por Casado o Rivera fracasaría y podría revitalizar al okupa monclovita. Quizá sea el momento de una decisión atrevida que comprometa a parte de la izquierda decente de este país (sólo hace falta el voto de diez diputados socialistas): proponer como presidente al propio Guerra con un solo punto programático, la convocatoria electoral inmediata. Echar a Sánchez es ya una cuestión de Estado.

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