Su propio afán
Enrique García-Máiquez
Una estrategia hereditaria
A paso gentil
Dicen que el estío es la estación más propicia para el inicio de romances, aunque estos sean fugaces, tal y como sugiere la manida expresión “amor de verano”. Desde la ignorancia de fiables estudios estadísticos que verifiquen o desmientan el tópico, he de confesar que ninguno de los amores dignos de tal nombre que hasta la fecha han marcado mi trayectoria sentimental, comenzó en verano.
Y por lo que respecta a la consecución de ligues banales, terreno en el que siempre anduve escaso de habilidad, el recuerdo estival que logro evocar es el de unos besos juveniles con una desconocida cordobesa en una terraza de copas a orillas del Guadalquivir. Suceso acaecido en una noche tropical, antes de despedirnos con las claras del amanecer para no volvernos a ver jamás y sin que la tímida exploración de nuestros cuerpos se fuera de madre.
No obstante, meses como el de agosto en que nos encontramos, son magníficos para disfrutar de momentos en compañía, independientemente de que la hayamos descubierto en un periodo del año de menor temperatura. La coincidencia de las vacaciones laborales que posibilita la realización de toda clase de viajes; los días largos para ejercitarse al aire libre en aquellos lugares que por su situación geográfica o proximidad al agua nos permitan evadirnos del calor; las madrugadas templadas que invitan a alternar hasta muy tarde…
Como consecuencia de los cambios sociales y culturales ocurridos en las últimas décadas, no se trata ya de placeres reservados a los jóvenes que gozan de las delicias del noviazgo incipiente, de la luna de miel o de los primeros años de estable matrimonio. Ni tampoco a los esposos que aún mantienen la llama a pesar de los sinsabores propios de una prolongada convivencia.
Renovada la soltería tras haber sufrido una o varias rupturas, son innumerables los cuarentones y cincuentones de ambos sexos recién embarcados en el descubrimiento de una ilusión, que experimentan con la mayor de las intensidades, ansiando con todas sus fuerzas que les pueda otorgar la felicidad nunca hallada o extraviada en el camino.
Más allá de cualquier frivolidad, no es empresa fácil para quienes alcanzan este instante con vidas hechas y difíciles de acoplar por la existencia de casas distintas en las que se han invertido esfuerzo y dinero, o de responsabilidades hacia familiares a cargo, sean hijos o progenitores de edad avanzada.
Pese a tan escéptico pensamiento, conste aquí mi deseo de máxima ventura a esas parejas nuevamente enamoradas.
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