El Ejecutivo de Sánchez anda preocupado con la imagen que proyecta este país de pandereta con la gestión de la pandemia en manos de 17 consejerías, y haría bien en armonizar cuanto antes su respuesta contra los rebrotes con más determinación y criterios sólidos. También en materia de Educación, pensando en la vuelta al cole, lo natural -en un país serio- sería seguir todos el mismo plan. Pero España es cualquier cosa menos un país serio, por culpa de un sentimiento nacionalista cada vez más extendido. El patriotismo bien entendido, el apego al terruño y el fervor por una filosofía de vida que hemos mamado como la mejor, es saludable si no nos pasemos mirándonos el ombligo. Pero ese nacionalismo trasnochado y catetil, que intenta imponerse al resto clasificando a las personas de mejores y peores, por encima de lo divino y lo humano, y tratando de obtener ventaja frente al vecino, es muy peligroso. Solemos identificarlo con catalanes y vascos, pero la competitividad es cada vez más fuerte entre las 17 comunidades, empezando por la gallega y la andaluza. En esta misma crisis, cuando se decretó la alerta sanitaria, cada región se esforzó en ser la primera en traerse un avión cargado de mascarillas. Y lo primero que hicieron los fabricantes chinos, al recibir los pedidos por separado, fue subir los precios sin dar crédito a nuestra miopía.

La España de las autonomías que nació como respuesta a los nacionalismos más insaciables, a la larga, está resultando un soberano fracaso, que se ha ido de las manos y no sólo porque nos cuesta un riñón que no tenemos. Lo grave es que catalanes y vascos, y detrás todos los demás, se muestran cada vez más descontentos con este juego perverso de poder. Ese hambre y ese afán de superioridad de las autonomías, atenuado con falsos pretextos como el "España nos roba", nos llevará a la ruina si no se recupera la cordura y se aprovecha la crisis para repensar nuestro modelo de país. Lo contrario, seguirle el juego a los partidos nacionalistas, como hace el PSOE, renunciando a sus siglas en cada comunidad, y el PP, con un discurso cada vez más diferenciado en función del territorio y de lo que convenga, es un disparate. La singularidad de cada región ha de ser sagrada, pero hay políticas y situaciones como esta pandemia que precisan unidad y estrategias conjuntas.

A la vista del éxito obtenido por Feijóo con su discurso a la gallega, los populares quieren consolidar la figura de Moreno Bonilla con una imagen centrada y muy por encima de las siglas del partido. A su alrededor quieren que nunca falte la foto de Blas Infante con un discurso andalucista de nuevo cuño para reclamar lo de siempre: más financiación para Andalucía a la vez que se critica a Torra y compañía. No podemos dejar que los indepes y los regionalistas cántabros y canarios y los tipos que aseguran que Teruel existe nos coman la tostá, ¿verdad? La idea en estos meses es crear una suerte de emoción que nos convenza a todos de que cada autonomía es una potencia mundial para combatir el virus. Y así nos va: líderes en contagios y subiendo. Pero con plenos poderes.

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