La ciudad y los días
Carlos Colón
Por el bendito nombre que nos reúne
SÍ, como oyen, en los barcos piratas había normas, existía la ley. Sus conductas, más que cuestionables desde la moral más básica, eran perfectamente legales. Nada nuevo bajo el sol. Sería, según cuentan algunos, Bartholomew Roberts, pirata de Gales, el encargado de escribir la primera Chartie Partie.
Era una lista de normas que reinaba en el barco. La tripulación debía acatarla, si no quería ser castigada (abandonada en una isla desierta, por ejemplo). Sin embargo, los códigos tampoco eran simples directrices que uno podría saltarse, sino que representaban una constitución, si consideramos el barco como un Estado, al capitán como el jefe del mismo y a los tripulantes como sus súbditos; concepción parecida a la expresada por Thomas Hobbes en su obra Leviatán, donde aquí los tripulantes tienen la legitimidad de derrocar al jefe si consideran que no actúa correctamente en su labor. Así pues queda clara la relación de unos hombres cuya máxima es la búsqueda de la libertad propia a costa de la de los demás en los regímenes absolutistas de aquellos tiempos.
Si interesante es esto, más aún lo es saber qué tipo de gente componía estas bandas piratas. Eran gentes con bajos recursos, delincuentes, vagabundos, desertores, etc. Los novatos aprendían el oficio de manera experimental, bajo la sombra de algún maestro pirata, que le enseñaba el manejo de la nave, de la artillería, las costumbres de la tripulación, las rutas, los obstáculos climatológicos, los castigos crueles y el código del barco.
Muchos se hacían piratas por falta de recursos o también, porque su barco había sido asaltado y tenían que elegir entre hundirse con él o unirse a la tripulación asaltante.
Antes de partir, el capitán, ante la tripulación, leía la Chartie Partie. Quedaban todos advertidos ante el quebrantamiento del código.
Era frecuente que el capitán tomara la autoridad judicial en el barco, aunque otras veces podían ser juzgados por la denominada justicia de Tortuga o justicia Jamaica, a cargo de la Cofradía de los Hermanos de la Costa, que estaba dirigida por un Consejo de Ancianos cuya misión era conservar la pureza del espíritu libertario y decidir la admisión de nuevos hermanos.
En resumen hasta los piratas tenían leyes que regulaban su conducta. Por lo tanto, creo que estamos en condiciones de exigir a la clase política no sólo que cumplan las leyes que se han marcado, al igual que hacían los piratas, sino que bañen de moral sus actuaciones. Salvo que, en este asunto, también quieran parecerse a los piratas, de parche en el ojo y pata de palo.
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