Musica en el desierto

En los Monegros, como en la paramera de Galera, los paisajes desérticos nos dan cierta idea de la inmensidad avasallante del tiempo

La música techno suena en el desierto de Los Monegros. La tierra ardiente titila a la vista igual que tiembla y lagrimea la raya del horizonte, aplastado por el calor. Techno y desierto. La 30 edición del Monegros Desert Festival discurrió hace unos días en el secarral aledaño a Fraga. El silencio del verano se convierte en otra zarza ardiente. De ahí lo inaudito de los fluidos del techno. La cita extrema en Los Monegros arrancó un sábado a las cuatro de la tarde, cuando era probablemente la hora de tomar el té, pero en el Sáhara (recuerdo Tea in The Sahara, uno de los temas de aquel Synchronicity de The Police, el primer casete que tuve en mi vida).

Leo también sobre el éxito que ha tenido en agosto el festival Jazz en el Desierto. Se celebró en Galera, cerca de Huéscar, en la parte más inhospitalaria de la provincia granadina. Desde el Mirador del Cerro de la Virgen, me habría gustado escuchar al Hispanistan Trío: música balcánica, andaluza, sefardí, italiana, griega y turca. Y me habría seducido también, bajo el lento ocaso, escuchar a Julia Duggan Quartet, mientras el paisaje inerte de Galera iba cobrando la tonalidad áspera, marrón y frailuna de un paño de la orden del Carmelo Descalzo. Leí de joven El invierno en Lisboa de Muñoz Molina, donde se maridan el jazz y la literatura negra. El gusto –y bien que lo siento– no me ha llevado por estos derroteros en la mitad del camino de la vida (el techno tampoco).

He sabido de estos festivales en el desierto mientras a la par, por puro azar, leía Peregrino del desierto, de Théodore Monod. Es uno de estos libritos, publicado por José J. de Olañeta Editor, que uno tenía apilado verano tras verano, como lectura indeleblemente aplazada. Naturalista y conocedor profundo del Sáhara, las arenas del Yemen y las “ásperas soledades benditas” del desierto líbico, Monod se inició en los misterios de lo yermo hace justo un siglo, en 1923. Describió el Sáhara como “la tierra antes del hombre”. En los Monegros, como en la paramera de Galera, los paisajes desérticos nos dan cierta idea de la inmensidad avasallante del tiempo, de su eternidad acaso intolerable. En el desierto, dice Monod, “el ser humano no siente ya su existencia como un relámpago en la Tierra”.

Estoy seguro que en estos festivales la música y el baile no han profanado el ascetismo al que invita el desierto, donde uno sólo tiene cobertura para consigo mismo. Para Sócrates bailar era otra forma de la armonía. Nietzsche sólo creía en un Dios que supiera bailar. He aquí otra llamada del desierto: apartamiento y, ocasionalmente, jazz y techno.

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