Memoria y olvido

Pasado el tiempo, quizá no recordemos mucho de la pandemia que ahora nos atenaza

El magnate surafricano Elon Musk presentaba, hace unos días, su última invención: un chip circular, algo menor que un viejo doblón de a cuarto, que se implanta en el cráneo y que sirve para controlar la actividad cerebral desde un ordenador remoto. De momento, sólo se ha probado en cerdos, con resultados óptimos. Y dice el señor Musk que en un futuro, acaso no lejano, el hombre podrá guardar sus recuerdos en un chip similar, e incluso pasárselos a otro usuario, como quien intercambia fotos del verano, tras los felices tedios del ferragosto. Todo lo cual nos hace dudar, no de la probidad del señor Musk, pero sí de la utilidad de su invento.

El señor Musk recuerda a aquellos científicos ilusorios del XIX y el XX, que venían orlados por la genialidad y abrigados por una gran fortuna. El Thomas Alva Edison que fabula Villiers de L'Isle Adam en La Eva Futura, origen de la novela de Thea von Harbou que daría pie a la Metrópolis de Lang, es un ejemplo obvio de lo que decimos. También, aunque en menor medida, el doctor Frankenstein que se apartó a las cumbres alpinas para alumbrar su desdichado Adán voltaico. El Edison de Villiers, como digo, no guardaba relación alguna con el real, empresario ávido y feroz, antagonista de Nikola Tesla. Lo cierto, en todo caso, es que el siglo esperaba que obrara sus milagros. Y algo de esto hay en esta portabilidad de la memoria que promete el señor Musk. Porque la memoria, como nos enseñó Freud, no es el almacén limpio y ordenado que Musk parece suponer, sino un tortuoso mecano que adultera y oculta nuestros recuerdos, para ofrecernos una imagen propia que no se corresponde con quienes fuimos. Ese oscuro mecanismo es el que Proust reconstruye minuciosamente en A la busca del tiempo perdido, a partir del aroma de un bizcocho mojado en té. Con lo cual, no es que nadie sepa nada del corazón del hombre, como pensaba Cervantes, el más grande corazón del siglo XVII; sino que nadie sabe demasiado de sí, y llevamos nuestros recuerdos como quien carga una bola de cristal, borrosa e indescifrable.

¿Nos reconoceríamos en ese ayer portátil que promete Musk? Probablemente, no. Y esa es la diferencia insalvable entre Historia y memoria. Pasado el tiempo, quizá no recordemos mucho de la pandemia que ahora nos atenaza. La Historia, sin embargo, habrá de estudiar, junto al pavoroso coste humano, la crisis en la que ahora nos adentramos, y el papel de cada cual en este ardiente y desdibujado retablo de El Bosco.

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