Lola Pons

Ha encontrado la ocasión de remover aguas remansadas, recuperando la añeja y olvidada labor del intelectual

Aparte de los creadores literarios, no se prodigan en Andalucía nombres de escritores con una notoriedad que desborde voluntariamente el campo estricto de su especialidad académica o universitaria. Porque, en general, éstos tienden a trabajar y a refugiarse en su mundo: el exterior les atrae poco. Por eso sorprende cuando, casi sin quererlo, algún nombre alcanza una celebridad con suficiente relieve público como para que sus ideas y opiniones circulen fuera del estricto ámbito profesional. En una palabra, sorprende que aparezcan personas a las que todavía guste desempeñar el añejo y olvidado papel de intelectual. Un apelativo y un tipo de actitud que ha desaparecido de nuestra vida cultural y política, si es que, en el caso de Andalucía, alcanzó entidad significativa alguna vez. Por eso, anima y reconforta comprobar que, en los últimos años, el nombre de Lola Pons haya dejado de estar circunscrito solo a sus tareas académicas habituales y se adentre y opine sobre otros acontecimientos que cobran vida en la calle. Ha dado, pues, un paso arriesgado, porque, cuando se abandona la protección de su anterior mundo encapsulado, hay que disponerse a escuchar lo que piensa y quiere la gente y comprometerse -otra vieja palabra- además, a difundir críticas y propuestas, aunque solo sean en las páginas efímeras de los periódicos. Es otra manera de sentir la vida y es un combate cada vez más necesario. Por fortuna, el lector presiente que esa nueva misión tienta a Lola Pons. Y, se percibe, por los comentarios surgidos, que cada día hay más miradas pendientes de sus palabras. Se ha convertido, pues, en un personaje solicitado, con lo que eso implica de suerte y riesgo. Sin embargo, ojalá este empeño suyo, no sólo fuese suyo, sino que coincidiera y anunciase la señal de que se precipita el cambio generacional que está ahí latente. Porque lo mismo que ella, otros profesores y escritores también aguardan esa misma llamada, para abrir sus despachos y departamentos, intercambiar proyectos y opiniones, tanto entre sí y como con la gente de la calle. Reina, hay que decirlo, demasiado silencio en las facultades de letras andaluzas, volcadas sobre todo a exhibir sus méritos solo hacia dentro. Lola Pons ha encontrado, tal vez sin proponérselo, la ocasión de remover aguas muy remansadas, recuperando, con modestia, la añeja y olvidada labor del intelectual.

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