Sí, hay que reconocer que la victoria de Donald Trump en las elecciones norteamericanas celebradas esta semana causa alguna inquietud. Su actitud durante los debates y la campaña electoral, comentarios más que desafortunados y su inexperiencia política no son tranquilizadoras. No es menos cierto que la visión que de la sociedad y la política americana tenemos en España, en general en toda Europa, está muy sesgada por una opinión pública abiertamente contraria al Partido Republicano y por análisis formulados con las lentes de progre.
No tengo ni idea, nadie lo sabe, de si Trump va a ser un horrendo podemita de derechas o si, por contra, va a ser el Ronald Reagan de principios del siglo XXI. Si nos guiamos por lo dicho y hecho en campaña es probable que sea lo primero, si nos fiamos de lo visto y oído después de ganar las elecciones hay esperanzas fundadas de que sea lo segundo. Su discurso de la victoria fue magnífico: un discurso, eso sí, que si hubiese sido pronunciado días antes muy probablemente le habría hecho perder las elecciones.
Se han escuchado no pocas simplezas o falsedades para justificar o analizar el resultado electoral. Desde que a Clinton le han fallado las mujeres por envidia y pese al machismo de su rival o los latinos no se sabe por qué (es más que posible que haya quien piense que la necesaria y conveniente apertura hacia el régimen cubano debería haber ido acompañada de una exigencia terminante en materia de libertades) hasta que el electorado republicano es una panda de blancos medio racistas y semianalfabetos. No creo que nadie sepa a estas alturas la causa de la victoria de Trump, más allá de que Clinton, cuya victoria deseaba la mayoría por un simple instinto de conservación y miedo a lo desconocido, era una candidata nefasta que representaba lo peor de una cierta política, las de las llamadas por algunos élites extractivas, que la ciudadanía, allí y aquí, cada vez rechaza con más intensidad.
Es, en cualquier caso, envidiable observar a un ganador tendiendo la mano al perdedor, expresando su orgullo como patriota y su voluntad de trabajar como presidente de todos, y contemplar a los derrotados reconociéndole como su presidente sin reservas. Europa mira con desdén a la sociedad americana, pero hay cosas en las que aún tenemos mucho que aprender de ellos.
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