La ciudad y los días
Carlos Colón
Por el bendito nombre que nos reúne
Las cofradías realizan estación de penitencia con verdadero sentido evangelizador: llevar a todos los rincones de la ciudad los misterios de la Pasión con la intención de mostrar a los alejados de la fe a un Dios que se ha hecho hombre, que entrega la vida para alcanzarnos el perdón y ofrecernos un camino de plenitud y libertad, para liberarnos de la muerte eterna. Lo hacen con las mejores preseas: un patrimonio iconográfico acrisolado en los siglos, exornos florales preciosistas y adecuados al misterio que presentan; luminarias que llenan de calor las primeras noches de primavera…
Esta magnífica puesta en escena de la fe y la tradición de un pueblo no está exenta de recibir sus críticas: de aquellos que, desde el desconocimiento o la maledicencia, murmuran sobre el gasto económico que eso supone y que los cofrades más bien podrían destinar a atender a los más pobres, precisamente en estos tiempos tan duros. Esto me recuerda a las palabras del traidor, de Judas Iscariote, cuando María Magdalena se acerca a Jesús "María, tomando una libra de perfume de nardo puro, de mucho precio, ungió con él los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. La casa se impregnó con la fragancia del perfume". Y Judas dijo: "¿Por qué no se vendió este perfume en trescientos denarios para dárselos a los pobres?"
Estas son las palabras de aquellos que no dan un palo al agua, indolentes que no se fajan en el servicio y atención a los más pobres; los que gustan de ver los toros desde la barrera; los que pontifican desde sus columnas de opinión y jamás se han manchado sus camisas de lino en el gueto de la marginación; los que con un pedazo de vidrio en la mano dibujan una sonrisa displicente; los hijos de la cultura del pelotazo, que no huelen ni de cerca su historia ni tradiciones y profesan una incultura religiosa supina.
Los cofrades seguimos caminando, convencidos de que estamos en el camino de la verdad. Seguiremos cercanos a los más pobres y trabajando por implantar un clima de caridad en nuestra sociedad, y como gustaba San Juan María Vianney, el Santo Cura de Ars, disponer para Jesús y su bendita Madre nuestras mejores alhajas y aderezos. Él es el dueño y señor de la vida.
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