Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Sevilla, su Magna y el ‘after’
Crónica personal
Hace pocos días Emiliano García Page se lamentaba de que la gobernabilidad de España “dependa de un prófugo de la Justicia”. Tenía razón. Sin embargo, el presidente castellano manchego podía haber mencionado también a su compañero Pedro Sánchez, quizá no tan compañero porque no parece que Page se considere muy cercano al actual jefe de gobierno. Pero es incuestionable que si el futuro de España depende de un tal Carles Puigdemont es porque Sánchez no es capaz de pararle los pies.
Puigdemont, ex presidente de la Generalitat, huyó de España cruzando la frontera de Francia clandestinamente, sin dar aviso siquiera a sus colaboradores y amigos, a los que dejó tirados a expensas de la actuación de la Justicia, que los juzgó y condenó. Sufrieron años de cárcel mientras Puigdemont vivía a cuerpo de rey en una mansión en Waterloo pagada por los catalanes.
De ese individuo depende que Pedro Sánchez pueda ser presidente de gobierno; de ese individuo depende que el jueves la presidencia del Congreso sea ocupada por un candidato socialista o por un candidato del PP. Incluso del PNV, como defiende Coalición Canaria.
Así está hoy España. Así de esperpéntica es hoy la situación de España. Un prófugo ha puesto en jaque al gobierno, al principal partido de la oposición, al Congreso de los Diputados y al sursum corda. Todos bailando al son que toque Puigdemont. Humillante. Se echa de menos que el único político que puede pararle los pies, el presidente de gobierno, lo haga, y mande a Puigdemont y a su música a otra parte. Porque es una vergüenza que ese personaje esté marcando la agenda política española.
La impresión ante la situación provocada por un tipo como Puigdemont, es que andamos faltos de políticos de altura, aunque hay excepciones. Pero no se ve ninguna en el círculo sanchista. Porque a un presidente de gobierno como debe ser un presidente de gobierno, Puigdemont no le dura ni un cuarto de hora. Menos aún cuando más allá del PSOE y del PP no hay nada: media docena de partidos en declive, nacionalistas que tuvieron buen pasado pero mal futuro.
Otro país en iguales circunstancias habría promovido un acuerdo de gobierno entre PP y PSOE; así se salvaría España de una situación que preocupa a cualquiera con dos dedos de frente y avergüenza a Europa.
El primer desafío es elegir este jueves a un presidente del Congreso. Importante desafío.
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