Fantasía política

¡Qué amable eres, Sócrates, dice el mordaz Calicles, qué amable eres que llamas moderados a los idiotas!

Como en aquel viejo dicho que narra cómo el muchacho, viendo la situación familiar que se presenta, acaba diciendo: "por lo que veo, aquí ni cenamos ni se muere padre", así parece a veces que vamos andando el camino, recodo a recodo y bucle a bucle, con lo que tenemos delante y lo que se avecina a la vuelta de la esquina, lo que pomposamente llamamos presente y futuro. Viene a cuento este chascarrillo, nunca tan a pelo como en este momento del proceso colectivo, en el que estamos a lo de a ver qué pasa, porque, queriendo buscar la autenticidad, estamos acabando, en estado de ánimo y en explicación doctrinal, en lo que podría llamarse en la política del malestar. Una vez asumido que el estado de Bienestar en parte se ha consumido en los años de la crisis.

Eso sí, en este escenario ha vuelto a asentarse, parece que con más fuerza que en otras ocasiones, aquello que Sánchez Ferlosio describía cómo los unos dieron origen a los otros de manera que lo que importaba sobre todo es la categoría de la diferencia: unos y otros; otros y unos. Pero, vamos a ver, Sócrates, ahora que nadie nos escucha, ¿no es verdad que la política, aunque suene muy feo, ha sido siempre una forma de engañar a la multitud, aprovechándose de su inconsciencia y sus desordenados deseos? Es la confesión del filósofo político Calicles, el mismo que venía defendiendo que las leyes, que son un producto artificial humano, las hacen los débiles para ver si pueden romper el equilibrio natural del poder de los mejores, los más hábiles y los más fuertes. Porque no se trata de que ganen los nuestros sin más, lo que importa es que ganen los buenos, que, naturalmente son los nuestros, pues solo así nos sentiremos autorizados a haber utilizado a los malos como alfombrilla del ratón, que puntualiza José Luis Pardo. "¡Qué amable eres, Sócrates, dice el venenoso y mordaz Calicles, qué amable eres que llamas moderados a los idiotas!"

Cada mañana salía al quicio de la puerta y gritaba con todas sus fuerzas: "¡Tigres! ¡Fuera de aquí! ¡No quiero ver tigres cerca de mi casa!" Y, a continuación, se metía dentro. Un día le dijimos: "¿de qué va esto? Si no hay un tigre a miles de kilómetros a la redonda". Y respondió. "¿lo veis? Funciona". Y tanto que funciona. Es lo mismo que el que asegura que el sol sale cuando el gallo canta, así que el canto del gallo es el que debe hacer que salga el sol. Pero, ¿por Antequera?

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