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Los doscientos años de Bodegas Barbadillo, cumplidos el pasado 2021, han conmemorado un aniversario redondo que ya fue celebrado en estas páginas por Luis Sánchez-Moliní, no en vano investido como caballero de la Orden de la Solear por la mano mágica de Carmen Laffón, y se ha traducido en decenas de convocatorias que a lo largo de los últimos meses han rendido justo homenaje a una de las empresas en activo más antiguas de España. Como es bien sabido, los maravillosos vinos del marco, con sus tres sagrados epicentros en Jerez de la Frontera, El Puerto de Santa María y Sanlúcar de Barrameda, tienen una proyección que trasciende con mucho la vertiente económica, en tanto que símbolos de la Baja Andalucía cuya huella en la historia y la cultura de la región vale su peso en oro. Por esta razón y al hilo del bicentenario, dos escritores y estudiosos muy vinculados a la casa, Alberto González Troyano y José Jurado Morales, han auspiciado una oportuna línea de publicaciones que en sus tres primeras entregas da a conocer algo del patrimonio no sólo material de la bodega: la sugerente antología Escritos alrededor de la manzanilla de Manuel Barbadillo Rodríguez, al cuidado del primero; la impecable biografía del mismo Barbadillo que ha escrito el segundo, titulada Una vida entre vinos y versos, y una valiosa Guía para recorrer 200 años de Bodegas Barbadillo en la que el arquitecto y actual presidente del grupo bodeguero, Manuel Barbadillo Eyzaguirre, y la enóloga Montserrat Molina Masó, ofrecen un instructivo itinerario que abarca la historia de los vinos, los secretos y peculiaridades de su crianza, las monumentales trazas y el sentido último de los templos en los que las manzanillas, los finos y amontillados, los olorosos y palos cortados reposan a la espera de viajar por todo el planeta. Al erudito y poeta Barbadillo Rodríguez le debemos, entre otras muchas cosas, la definición de la manzanilla como vino de la alegría. Disfrutar de la legendaria hospitalidad de Alberto y su mujer, nuestra Ana Calvo, dos forasteros que residen por temporadas en La Jara, muy cerca de la casa de la añorada pintora sevillana, y ejercen el resto del año como inmejorables embajadores de la ciudad y el entorno de la desembocadura, es comprender que la alegría del epíteto no es un mero reclamo publicitario, sino un modo de vida y sobre todo una actitud moral, a la vez un don y un imperativo. Don porque se derrama sobre los amigos, como el dorado líquido sobre las copas, en forma de terapia sanadora. E imperativo porque nos obliga a desterrar la melancolía y ser dignos del mundo, a reír, celebrar y dar gracias a todo lo que hay en él de bello y bueno.
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