Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Nuestros muros son invisibles
Si hay dos asuntos de los que se está hablando últimamente, en términos locales, son los veladores y las despedidas de solteros (y solteras). Esos grandes asuntos… Lo vemos en los periódicos, lo escuchamos en las barras de los bares y en los grupos de WhatsApp. Con encendidas discusiones, todo hay que decirlo. Añadamos el agua, por el precio que está adquiriendo, y por su escasez. Esperemos que llueva, y mucho, que la cosa está fea. Tanto en el tema de las despedidas, como en el de los veladores, hay un elemento común que los agrupa: la convivencia. O sea, estar sin molestar. O estar conviviendo, con normalidad, con los demás. En el Sur, como en buena parte de España, somos carne de velador, al igual que lo somos de barra, cuando nos dejan apoyar los codos.
El Covid nos trajo las limitaciones, pero ahora queremos disfrutar de nuestros bares y tabernas como siempre lo hemos hecho. Pero nunca volverá a ser como siempre. Porque con frecuencia la excepcionalidad, lo inesperado, te ofrece respuestas que nunca habías previsto. Hacer de la necesidad virtud, o convertir un problema en una oportunidad, como prefieran. Tras la pandemia, solía repetir a mis amigos que los horarios de los locales de restauración, en gran medida, habían llegado para quedarse. Porque aunque a veces no nos demos cuenta, sobre, junto o cerca de esos locales hay personas que viven en sus casas, y quieren descansar, no escuchar más ruido del inevitable, al igual que hay trabajadores que quieren finalizar su jornada de trabajo, así como empresarios que seguramente prefieren concentrar su oferta en un determinado horario, más acotado. En el tema de los veladores, además, o por encima de todo, debemos tener en cuenta la invasión que se produce de las aceras, calles y plazas, dificultando en muchas ocasiones el tránsito de las personas. Y si debemos priorizar, primero las personas, claro, y pensemos además en las que tienen alguna discapacidad y que con demasiado frecuencia les hacemos la vida más difícil con nuestro comportamiento.
Las despedidas de solteras (y solteros), como todas las fiestas y celebraciones que organizamos a lo largo de nuestras vidas, han mutado en los últimos años, hasta ser irreconocibles (con lo que siempre hemos conocido). Piense en la Primera Comunión de su infancia, y piense en las actuales, por ejemplo. Cual equipos deportivos, los amigos del novio o novia van ataviadas con una equipación que las identifica, mientras que los prometidos suelen acabar disfrazados, con mayor o menor elegancia y saña. Tampoco faltan las bandas de colores, los elementos de contenido supuestamente erótico, y hasta hay restaurantes que ofrecen menús en consonancia, con panes fálicos y postres con forma de senos femeninos. Muy habituales los pezones de fresa, me ha contado un amigo. Según la reunión, estas despedidas forman mayor o menor estruendo, o muestran menos pudor tienen al canturrear ciertas canciones, y demás aliños propios de la ocasión.
Muchos son los alcaldes (y alcaldesas) que han tomado o anuncian medidas al respecto. En cuando a los veladores, parece la cosa más clara. Las ordenanzas municipales son las que regulan la cantidad, proximidad y demás intendencias. Pero en el asunto de las despedidas de soltero, a pesar de la contundencia de algunos regidores, yo sinceramente no lo veo tan claro. Qué van a prohibir: ¿las reuniones de amigos?, ¿el que vayan iguales vestidos?, ¿las bandas decorando los torsos?, ¿el que canten por la calle? Se podrá prohibir el consumo de alcohol en exteriores, el exceso de volumen o la exhibición de determinados objetos, y poco más, o nada más. Y si lo hicieran, me parecería alarmante tras las concentraciones que hemos contemplado en las últimas semanas, donde abundan los símbolos y proclamas manifiestamente anticonstitucionales, y que están tipificadas en el código penal. Una vez más, como casi siempre, se trata de convivencia. De ser y estar sin molestar al que tenemos al lado. Y que es posible si se quiere, sin necesidad de prohibiciones, y sin fastidiar a los demás. Querer es poder.
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