Brindis al sol
Alberto González Troyano
Vieja y sabia
Reloj de sol
EN Córdoba, realmente, hay dos campañas electorales: la de los partidos políticos y otra, un poco deslenguada y verbenera, que nada o casi nada tiene que aportar. Y digo casi nada porque aporta el folclore, la zarzuela, el eco de Tejero sin pistola y más vulgaridad en las maneras soeces sin atar. No es el momento de hablar de las naves de Colecor, al menos en el debate político: está muy bien que Ecologistas en Acción reclame lo que cree que debe reclamar, porque sus razones son muy justas, al menos aparentemente. Sin embargo, y respetando no sólo la actuación ecologista, sino también sus argumentos a priori, tengo mis dudas sobre la idoneidad de la ocasión, y también, sobre todo, acerca de por qué no se ha llevado a efecto con anterioridad.
¿Ha habido, realmente, algún descubrimiento según las últimas declaraciones del empresario Rafael Gómez? A mi modo de ver, no. Para mí Rafael Gómez sigue teniendo la misma credibilidad que cuando dijo aquello a Jesús Gil de que él le enterraba a billetes, y de que, en Sevilla, el que salía del no se qué de su madre era del Sevilla o del Betis, mientras en Córdoba, según parece, nacemos de otra forma o de otro sitio que le gusta menos a este hombre. Este vecino con estatua, obsesionado con llenar, también, Córdoba de estatuas, que iba a llevar al Córdoba a Primera, del que hablo únicamente como empresario, es candidato. También en democracia, en el país de los ciegos, el tuerto puede terminar reinando. Es lo bueno y lo malo, como bien pudo verse en Alemania en los años 30. Sin embargo, la oscuridad moral y programática no es una exclusiva democrática, como bien puede verse en Libia con Gadafi: la democracia, claro, también fabrica sus propios monstruitos, pero éstos son posibles en cualquier realidad. Por todo esto, lo que ahora diga o deje de decir este personaje de la vida pública cordobesa nada suma o resta, y por eso me extraña que Ecologistas en Acción hayan "descubierto" las sombras al acecho de la indignidad de Colecor precisamente ahora, y cuando su principal protagonista trata de aglutinar más portadas destructivas.
Yo sé que no hay que hablar de Rafael Gómez, y que hay que suponerle presunción de inocencia en la Operación Malaya. Pero el debate político de Córdoba no puede depender de la carga de bilis de este hombre, que hace su propia guerra por su cuenta, un poco al estilo Berlusconi, seguramente su modelo intelectual -o su modelo, a secas: tampoco nos pongamos estupendos-, cuyo único interés es desprestigiar la democracia para beneficiarse de ella: resulta llamativa la deslealtad retroactiva de Francisco Martínez con su anterior buque insignia. Todo esto tendría gracia, por el esperpento a lo Valle -Inclán, se entiende-, si no anduviéramos todos tan quemados.
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