Si hay un concursante que claramente se merecía llegar a la final de MasterChef 10 desde el primer día era la chiclanera María Lo . Y está llamada a ser la ganadora de esta edición. Por constancia, por talento (ya que la palabra se manosea mucho, digamos que por brillantez) y aunque fuera tan sólo por su prudencia y amabilidad es de lo más ejemplar que ha pasado por este espacio de La 1. Lo es mucho más de lo que alcanzan las apreciaciones del jurado y eso que este pasado lunes se dejaron llevar por las emociones y llantinas para macerar a los participantes. Si Pepe Rodríguez te pasa la mano por el hombro es como si te echara salsa de soja por la cabeza.

La publicista salmantina Verónica es tan pulcra y eficiente como soberbia y pese a los méritos ha tenido cierto viento a favor para verse en la próxima final. También lo estará el vasco flamenco, Adrián, que ha ido de menos a más, con un buen talante que le sale por los poros del esfuerzo. Y de remontada, David, que fue despojándose de nervios y agresividad. Por tanto, y pese a los defectos, en una edición de nivel más flojo que otros años, no entra en la gala final ningún personaje negativo, que llegue con ínfulas de superioridad o de dividir. Y en condiciones normales la ganadora, decíamos, debería ser María Lo.

La que se quedó en puertas fue la repescada Patricia, que no tiene su siglo para hacer una masa de bizcocho y no estuvo afortunada en los postres de la semifinal. La eliminada era deliciosamente vehemente, arrebatada siempre, con sus tiranteces con Verónica.

En la eliminación fue la peor de largo, sí, muy nerviosa. No puedo emular la confección de un endemoniado postre de Damian Allsop, chocolatero de los Roca, el hombre de confianza de Jordi, el de Rocambolesc. La materia prima más delicada, el cacao, siempre se convierte en criba certera en MasterChef.

La décima edición no fue tan estupenda como presentían los organizadores: ha sido tan efectista como se espera de este talent a estas alturas.