Cambio de sentido
Carmen Camacho
Zona de alcanfort
También se disfruta con los descubrimientos, por supuesto, pero hay algo voluptuoso, como si con la demora aumentara el previsible placer, en llegar tarde o muy tarde a obras que hemos visto muchas veces elogiadas y sabemos o prevemos que nos van a gustar, como ha sido el caso de los celebrados Diarios de Iñaki Uriarte que su editorial, Pepitas de Calabaza, reunió primero en tapa dura y ha publicado ahora en rústica. En su edición definitiva, el único libro de este autor de un solo libro –la ya famosa microsemblanza de solapa dice únicamente que nació en Nueva York en 1946, es de San Sebastián y vive en Bilbao– abarca las tres entregas publicadas, correspondientes a los años 1999-2010, y un epílogo de 2019 que en realidad es una continuación sin carácter conclusivo. Muchos escritores y críticos principales –en estas páginas nuestro Manuel J. Lombardo– le han dedicado en estos años palabras de reconocimiento, vemos que ya existen incluso aproximaciones académicas y está claro que los Diarios de Uriarte, para su sorpresa, se han hecho un hueco entre los títulos imprescindibles del género. Por eso mismo, los hemos leído sin atender a otra cosa que el mero disfrute, no de un tirón, como suele decirse, sino muy poco a poco, para cerrar los días con unas sonrisas después de las arduas lecturas de trabajo. Si nos preguntaran, entonces, sería nuestro extemporáneo libro del año y sólo por esa razón, la gratitud, sin entrar en honduras. Varias cosas, ahora que lo pensamos, hay en Uriarte que nos recuerdan a Fernando San Basilio, autor también un tanto renuente, que recién ha entregado una tesis sobre el gran Ibargüengoitia: el desprejuiciado elogio de Benidorm, la devoción por Woody Allen y esa alta forma de humor –ligera, nada infatuada– que cultivan los escritores que no se dan importancia. El propio Uriarte se ha preguntado por la en parte inevitable conversión del diarista en personaje, pero no hay fingimiento en su caso ni esa voz algo impostada que detectamos a veces en autores que nos interesan por otras razones. Como es fama que dijo su admirado Montaigne, él mismo es la materia de su libro, pero lo que atrae es la actitud: el saludable desmontaje de los tópicos, un escepticismo no amargo, una distancia infinita frente a la solemnidad y el engolamiento. Una falta de afectación que se vuelve adictiva. Uriarte es de los pocos escritores de los que podemos decir no sólo que los admiramos o los leemos con gusto, sino que los atendemos con el ánimo festivo reservado a los buenos amigos.
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