En este verano donde a la precipitación de titulares que ha sido la rutina de estos años se suman las prisas por la caza de votos a cualquier precio, mañana es el gran día. El día en que Alberto Núñez Feijóo, favorito en estos momentos a la Moncloa, y Pedro Sánchez, herido y victimista presidente que se encuentra más a gusto en un plató que en un despacho, se pondrán cara. La cara que tienen. En estos momentos. Uno, el sosegado dirigente gallego que gana más adeptos cuanto más calla. El otro, el ufano presidente internacional, capaz de todo en beneficio de su ambición y estabilidad particular. En uno y otro caso son percibidos mejor por su capacidad de sí mismos que por sus socios. Para el presidente, sus satélites han sido su azote y por donde se ha desgastado más. Para el futurible presidente sus posibles compañeros de pacto le dan más dolores de cabeza ahora que más adelante, si son necesarios para tocar pelo.

Los reproches que se van a soltar mañana en el plató de Antena 3 los podríamos adelantar ahora mismo. La sorpresa puede estar más en las imprevistas meteduras de pata (pese a que están rodeados y advertidos por los asesores) que en unos discursos ilusionantes o razonables.

La misión de los dos conductores del debate, la mejor pareja mediática posible para un evento así, la verdad, Vallés y Pastor, será la de vigilar que se establezca un diálogo real, que se toquen los temas que interesan, y que los candidatos dejen a un lado, en todo lo que sea posible, sus frases precocinadas y sus críticas y respuestas calculadas. Todo lo que sea imprevisto (más que espontáneo, porque es improbable) nos dará la sensación de estos candidatos que construyen este nuevo bipartidismo que, pase lo que pase en las urnas, nos vendrá bien. Dos partidos fuertes será mejor que seis formaciones basadas en las ocurrencias y dependientes de las periferias interesadas de los nacionalismos.

Sánchez puede ganarse la remontada y Feijóo su propia confirmación. Vallés y Pastor pulirán un buen programa.