"El plagiarismo acabará siendo una exigencia de los autores"
Un laberinto, una casa, un repertorio de intuiciones y ausencias reforzado por ideas ajenas componen el poemario del cordobés 'El libro de las transformaciones'


La cita de Oscar Wilde "el talentoso toma prestado, el genio roba" encabeza El libro de las transformaciones de Luis Gámez (Córdoba, 1981), publicado por Aristas Martínez Ediciones.
-¿A qué transformaciones hace referencia el título?
-Yendo un poco a la contra de lo que los creadores suelen decir de su obra cuando las han terminado, yo diría que me he encontrado con ella, porque al ser un libro experimental era quizá más importante el proceso que un objetivo concreto hacia el que derivar. Respetando ese espíritu experimental, lo que pretendía es lo que el libro ofrece. El título es un préstamo o un plagio del famoso Yijing de la cultura espiritual o hermética china. Quería seguir en este experimento la filosofía de esos libros herméticos y espirituales en los que a través de un numero limitado de elementos se puede realizar una correspondencia con un mundo virtualmente infinito, mediante distintas transformaciones y combinaciones. El libro presenta una serie de poemas que siguen una serie de transformaciones principalmente formales para dialogar con el concepto de poesía en sí. También se sigue la transformación natural de la degradación, y por eso la última parte acaba haciendo un pequeño homenaje a la poesía fonética.
-La primera parte está presidida por un laberinto en llamas en el que se suceden imágenes conflictivas...
-El laberinto es un motivo simbólico muy fuerte, no sólo en la poesía sino en toda la literatura. Pero aquí tiene todavía más sentido porque el laberinto es en el espacio la traslación del infinito a través de materiales finitos. Uso el laberinto como imagen de la situación en la que se encuentran los personajes a la hora de construir su propio hogar a través de las ruinas de un espacio previo. El laberinto pasará después a ser un círculo.
-En el laberinto flota la inquietud. Y es fácil perderse en él.
-Sí. El proceso de escritura, en cuanto a la retórica propia del libro, sigue una lógica inversa a la habitual. En este caso, las metáforas del laberinto y la casa en ruinas, el hecho de tener que derribar para construir, no aluden a una realidad oculta, no es un símil de una situación paralela; es, literalmente, lo que les ocurre a los personajes, basado en mi propia experiencia. El objetivo de este libro, y es mi forma de entender la literatura en este momento, es crear un espacio expresivo que sea significativo pero que sea propio. Esto no quita que luego se pueda compartir con los demás. Partiendo de esta experiencia podemos llegar a interpretar esta inversión de la retórica como uno de los elementos laberínticos del libro.
-El libro está trazado por tensiones y correspondencias internas. Hay una sensación continua de dinamismo, movilidad, cierto caos.
-La contención del movimiento es la que genera tensión. Estos poemas avanzan hacia el movimiento porque del laberinto, que es una pieza estática en el espacio, se pasa a la casa móvil, hecha a la medida de las personas que la habitan y que sigue su movimiento emocional. Es una idea que estaba en otros textos. El arquitecto situacionista Ivan Chtcheglov escribió en un manifiesto, Formulario para un nuevo urbanismo, que firmó como Gilles Ivain, la necesidad de crear ciudades que estuvieran a la medida no sólo del hombre y sus necesidades sino de sus sueños y esperanzas. La casa del libro está inspirada en este manifiesto y es mi respuesta a esas tensiones creadas por el estatismo en el laberinto. Lo primero es destruir el laberinto; lo segundo, crear un hogar a la medida de la necesidad de quien lo habita, para llegar a donde sea.
-La sección más arriesgada del libro es aquella en que el lenguaje se descompone...
-Sí, pero el riesgo en poesía es un riesgo asumible porque uno no se está jugando la vida. El libro lo pedía. El experimento llegó a ese espacio. La conclusión lógica es: para asumir después de la crisis la creación de un sujeto libre, ya sí dueño de su espacio, lo importante es acabar con todo lo que había provocado las tensiones. Y eso es rupturista. No se trataba sólo de desmembrar los poemas y de dialogar con las formas mismas de la literatura sino de acabar con ellos. Hay un paso más allá: todo se hace dentro de un orden, y en mi caso ese caos o esa destrucción marcan el inicio de algo, no un fin. Es un libro que va casi caminando hacia atrás. Y lo importante es que la resolución del conflicto no se hace a través de la renuncia sino de la recuperación del sujeto. No se trata de una renuncia al lenguaje sino de una reorganización para hacerlo propio. Es el tipo de literatura que quiero hacer ahora.
-El último tramo ensayístico clausura el bucle pero abre nuevos horizontes. Hay, entre otras cuestiones, una reivindicación del plagiarismo.
-El plagiarismo está tratado en el libro desde el punto de vista de la técnica, como primer paso. Me ha servido de inspiración el trabajo de otros autores no estrictamente poetas pero sí relacionados con el hermetismo. Y luego está el plagiarismo estricto, en el que a través de textos de otras fuentes organizo todo el material emocional del que quería cargar a este relato. El plagiarismo es una técnica que me ha servido para llegar a este libro. Pero es también una tradición muy por encima de lo que supusieron las vanguardias. Se estudian éstas porque forman parte de los libros de texto. El plagiarismo es todavía una tradición que puede servirnos para subvertir muchos principios que aún se manejan en la poesía, la literatura y el arte en general y que debemos, como artistas, cuestionar. Hablo no sólo de la autoría sino de la relación del autor con su obra, de los lectores con la obra. Si asumimos que el lector es creador de la obra mientras lee, ¿qué parte de los derechos de autor le corresponden? El plagiarismo, además de necesario, acabará convirtiéndose en una exigencia de los autores, por su relación no sólo con los lectores y su entorno sino con una tradición en la que quieran insertarse.
-¿Cómo ha sido el trabajo con Miguel Gómez Losada, ilustrador del poemario?
-Una de las satisfacciones que me ha proporcionado el libro es el proceso de preparación. Diría que Miguel Gómez Losada es coautor del libro. Desde el principio se ofreció con toda la generosidad que le caracteriza no sólo a cederme material, que para mí ya hubiera sido suficiente: él es conocido por realizar trabajos de mucha más envergadura como el mural que ha inaugurado recientemente en la Facultad de Filosofía y Letras; y al leer el libro, lo que quiso fue darle una significación extraordinaria. Podríamos decir que se ha plagiado a sí mismo: ha utilizado parte del trabajo del mural y a través de una técnica de pintura en transparencia ha ido destruyendo dibujos y fotografiando distintas capas de los mismos. Lo que queda, las ocho ilustraciones del libro, es todo ese proceso de Gómez Losada trabajando en unas láminas que son estudios para una obra mayor. El carácter orgánico del libro casaba muy bien con su trabajo.
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