El paisaje entre la naturaleza y la cultura

'La construcción del paisaje', en el CAAC hasta final de mes, ofrece una mirada reflexiva sobre lo que significa hoy el paisaje y cómo éste llega a convertirse en sedimento cultural

El paisaje entre la naturaleza y la cultura
J. Bosco Díaz-Urmeneta Sevilla

03 de marzo 2015 - 05:00

El valor casi divino que los románticos dieron a la naturaleza puede hacer pensar que el paisaje es ante todo y sobre todo contemplación del medio natural. En el siglo XV, sin embargo, ningún viajero en su sano juicio se detendría a disfrutar de una vista: los caminos eran demasiado inseguros y los bosques y matorrales demasiado espesos. Los paisajes de la época fueron casi siempre urbanos (las Ciudades ideales de Urbino, Boston y Berlín) o émulos del jardín. Esto ya apunta al paisaje como creación cultural. Las sucesivas miradas paisajísticas lo confirman: el siglo XVI elaboró paisajes, como los de Patinir, más fantásticos que reales, y en el XVII, mientras Roma enaltecía a la naturaleza, revistiéndola de formas clásicas, los holandeses le daban rasgos sensuales y apasionados. A la grandeza romántica, además, sucedió un paisaje bien distinto, el impresionista, protagonizado por parques y sitios de ocio, que era la naturaleza disponible para el habitante de la ciudad moderna.

Hoy las fronteras culturales del paisaje se han hecho mucho más amplias. La muestra La construcción del paisaje, que se puede ver hasta el 29 de marzo en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo (CAAC), localizado en Monasterio de la Cartuja de Sevilla, lo señala desde la capilla de Colón: las fotos y textos de Bleda y Rosa llevan a enclaves históricos, sean de la Guerra de la Independencia o de antiguos poblamientos íberos. Los trabajos de Leandro Katz, ya en las naves de la iglesia, unen historia y memoria al fusionar los dibujos de ruinas mayas hechos por dos viajeros del XIX, John L. Stephens y Frederick Catherwood, con las fotos del estado actual de esas ruinas. Xavier Ribas, por su parte, recoge la fuerza de la vegetación casi selvática que rodea a esas antiguas edificaciones, mientras las grandes acuarelas de Federico Guzmán fijan el uso terapéutico que civilizaciones tradicionales hacen de ciertas plantas. De una memoria más afín al mito que a la historia dan cumplida cuenta los trabajos de François Bucher, ya en la sacristía del templo.

Ciertamente el paisaje no ha perdido el suelo nutricio de la plástica, y la muestra así lo señala en los dibujos de viaje de Pérez Villalta (diversos lugares de Andalucía con rasgos tomados de la historia del arte), las tres piezas (de Fernando Zóbel, Soledad Sevilla y Jesús Zurita) colgadas en el antiguo refectorio que ofrecen otras tantas visiones abstractas del paisaje y se prolongan en las obras de Alfonso Albacete y Néstor Sanmiguel, ya en las salas de exposición. Allí pueden verse además el misterioso Bosque de Salomé del Campo y obras de Miki Leal, como la dedicada a la cabaña de Heidegger en la Selva Negra. El recorrido por la pintura termina con los paisajes nevados, cargados de materia de Santiago Ydáñez, que ya comparten sala con las fotografías de Mireia Masó.

Las posibilidades de la fotografía en relación con el paisaje son tan amplias como lo muestran las obras de Alejandro Sosa (tomas en círculo de enclaves urbanos que después rectifica), las vistas aéreas de Zoé Leonard o los paisajes de Dionisio González que añade a un paraje vietnamita de viviendas flotantes rasgos de arquitecturas futuristas.

Más encajadas en diversas praxis sociales son las obras de otros autores. Marea, una gran caja de luz de Daniel Canogar, recuerda el deterioro turístico de las costas, los ácidos cómics de Miguel Brieva se centran en la confluencia entre sociedad de masas y compulsión del consumo, y las sucesivas fotografías de Lara Almárcegui señalan cómo una costosa obra pagada con dinero público (un parque en homenaje al Imperio Británico), proyectada por la modélica liberal señora Thatcher, se abandonó, apenas inaugurada, hasta convertirse en ruina.

En parecida dirección destacan dos largas series: Jorge Yeregui en Espacio Natural Protegido 2 pone en evidencia hasta dónde puede imponer su ley la señalética en perjuicio de la protección paisajística, en tanto que Efímeros de José Guerrero recoge todos esos proyectos que se abandonaron apenas empezados o que concebidos como provisionales se mantuvieron durante años: en ambos casos el medio rural o urbano queda marcado por la imprevisión o la incapacidad.

La exposición acaba en el Claustro del Prior con obras señeras que no deben dejarse atrás. A reseñar Habitación vegetal III, una pieza de Cristina Iglesias entre la escultura y la instalación que ocupa la capilla de San Bruno, y los sugerentes paisajes abstractos de Patricia Dauder, que recuerdan, mediante el trazo del grafito, un paseo cerca del Ebro.

La muestra es en suma una mirada reflexiva sobre qué puede significar el paisaje hoy y cómo llega a convertirse en sedimento cultural. A este fin se dirigen las obras, seleccionadas por la comisaria, Yolanda Torrubia, de una colección pública, la del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, y dos privadas, las de Pilar Citoler y la empresa DKV.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

Lo último