Cine

La 'edad de oro' del cine documental británico

  • El Festival de Cine de Huesca y Calamar editan un estudio sobre los orígenes de la escuela documental británica, cuna del trazo realista del mejor cine europeo

Coincidiendo con los primeros balbuceos del cine sonoro y en un periodo de esplendor que llega hasta las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, el Reino Unido se convirtió en el epicentro mundial del cine documental gracias a la afortunada confluencia de una serie de factores políticos, sociales y estéticos que posibilitaron un nuevo modelo de acercamiento cinematográfico a la realidad estrechamente comprometido con una voluntad de cohesión nacional y con la difusión de una nueva imagen del país alejada de los formatos y los clichés propios de la ficción.

Fruto de un ciclo programado por el Festival de Cine de Huesca, ciclo que se hace eco de la exquisita labor de recuperación y restauración de muchos de estos filmes llevada a cabo por el BFI (British Film Institute) en la imprescindible colección de cuatro DVD titulada Land of promise: The british documentary movement (1930-1950), este libro se ocupa de traducir para el espectador y el lector hispano las claves, títulos y nombres de un movimiento que dio luz a obras maestras (sin etiquetas) como Listen to Britain (1942), de Humphrey Jennings, y a autores esenciales del cine documental como John Grierson, Paul Rotha, Arthur Elton, Alberto Cavalcanti, Harry Watt o Basil Wright, sin los cuales resultaría imposible entender (en ocasiones, por oposición o contraste) las claves estéticas ese distintivo trazo realista del cine británico de la segunda mitad del siglo XX que arranca con los jóvenes airados del Free Cinema (Reisz, Anderson, Richardson, Schlesinger, etc.) y que se prolonga hasta nuestros días con autores como Loach, Leigh, Douglas, Frears, Davies, Winterbottom o Ramsay.

Si el primer cine documental está marcado por un sesgo colonialista en el que el otro está determinado aún por las condiciones de explotación y por una mirada al mundo no occidental barnizada de exotismo e ingenuidad, rasgos todos que serán trascendidos por la primera gran obra maestra del género, Nanook el esquimal (1922, Robert Flaherty), a través de un nuevo proceso creativo de implicación-observación-reconstrucción, las experiencias poéticas de la vanguardia europea (Berlín, sinfonía de una gran ciudad, Douro, faina fluvial, El hombre de la cámara, Á propos de Nice) y una película como Drifters (1929), de John Grierson, abrirán definitivamente el nuevo trayecto de un cine que aspiraba a encontrarse con la realidad más cercana con una voluntad política, educativa y social o, en su defecto, a trabajar a partir de ella para crear un discurso autoconsciente ligado al espíritu de modernidad de la época.

Cineasta esencial a la hora de definir algunos de los presupuestos teóricos del cine documental (fue él quien lo bautizó de esta manera), Grierson señala en Drifters el camino a seguir: integrando la herencia de Vertov (el montaje) y Flaherty (un sentimiento poético del mundo), su filme asocia los gestos de los pescadores, los movimientos de máquinas y el vuelo de los pájaros. Trabajo y naturaleza participando de una misma energía, la de la producción de las riquezas de un país en horas bajas.

La película inaugura la fuerte implicación del gobierno británico con el cine documental, que se materializará en la creación de unidades de producción documental asociadas a instituciones estatales como el EMB (Empire Marketing Board) o el GPO (General Post Office). En ese periodo, Grierson funda un taller de producción que genera más de 400 películas (sobre industrias, agricultura, higiene…) en los siguientes diez años: filmes sociales y didácticos ("poner a disposición de la gente aquello de lo que no goza, una percepción viva de lo que pasa, un modelo de pensamiento y de sentimiento que le permita aproximarse a lo que le rodea de una forma útil", escribió el cineasta) que se exhibirán en fábricas, colegios u hospitales. Estas películas se convierten así en una ventana a la realidad del país (incluidos los traumas de la II GM) que tienen como finalidad servir de vínculo entre los británicos: Industrial Britain (1933), Song of Ceylon (1934), Housing problems (1935), Night mail (1936), Children at school (1937), North Sea (1938), A diary for Timothy (1944) o Land of promise (1945) son los mejores ejemplos de esta concepción de un cine ideada para cohesionar un pueblo, pero sobre todo son documentos que testimonian una nación y una época.

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