Las Criadas | Crítica

Valer para no servir

Escena de 'Las criadas'.

Escena de 'Las criadas'. / IMAE Gran Teatro

Una de las obras cumbre del teatro del siglo pasado regresa a la escena nacional, con parada el pasado sábado en el Gran Teatro de Córdoba. Las criadas de Genet subieron a las tablas bajo la producción de Pentación, en colaboración con el Teatro Español.

Las hermanas Lemercier, Claire y Solange, son criadas de una señora de la alta burguesía francesa. Cada noche representan un juego macabro que denominan “la ceremonia”. En él, Claire es la señora y Solange es Claire: Claire, enfundada en la piel de quien sirve, materializa su deseo de alcanzar un estatus imposible y somete a su sirvienta a vejaciones y desprecios. Solange se encarna en el papel de Claire y mientras resiste los embates de su ficticia señora va tejiendo un plan para acabar con la existencia de quien tanto le oprime. Cada día elaboran su ritual, se despojan de sus vidas miserables para jugar a ser otras. En sus identidades disociadas se arman de valor para sentirse libres y realizadas. Solo la alarma del reloj les impide culminar la ceremonia, obligándolas a recoger todo por temor a ser descubiertas y regresar a sus respectivos seres cargados de frustración.

Así continuaría la rutina diaria de estas criadas, pero la llamada telefónica del esposo de la señora advirtiendo de su salida de prisión, en la cual acabó encerrado por unas cartas entregadas a la policía repletas de falsas acusaciones y escritas por las hermanas Lemercier, se convierte en la chispa que les precipita a un punto de no retorno. Conscientes de que tarde o temprano se descubrirá la verdad, e incapaces de huir, deciden acabar con su señora y, al no conseguirlo, optan por llegar hasta el final de la ceremonia que tantas veces representaron.

No hace falta imaginar cómo le hubiera gustado a Jean Genet que se representase su obra, ya que hay recogidos escritos suyos en referencia a ello. La versión de Paco Becerra es correcta y añade testimonios del propio autor que hablan de sus reflexiones sobre el teatro. En cuanto a su puesta en escena, esta difiere de la idea original de Genet. Con gran acierto se abandona la estética realista para abordar un terreno que profundice en la psique y ello ha facilitado abrirse a un planteamiento minimalista y simbólico.

La escenografía impactante de Mónica Boromello con el blanco impoluto que inunda el escenario, presente incluso en el vestuario de Almudena Rodríguez y solo alterado por escasos elementos o tenues cambios en la iluminación diseñada por Felipe Ramos adquiere un significado distinto: mientras para la señora simboliza confort, el mismo color representa sufrimiento para unas criadas obligadas a preservarlo.

En la misma sintonía de lo plasmado se haya la pulcra dirección de Luis Luque y su depurada técnica para conducir la obra, acompañando al excepcional trío de intérpretes que dan vida a los personajes. Blanca Torrent es todo un ejemplo de elegancia y fragilidad sobre las tablas y Alicia Borrachero desborda con fuerza arrolladora. Jorge Calvo con su proverbial señora aporta el contrapunto perfecto que refuerza aún más a la pareja de actrices. Imposible apartar la mirada de lo que ocurre mientras transforman en palabra y acción este texto de enorme complejidad.

Odio, crueldad, sumisión, soledad, rebeldía, desesperación. La ceremonia de las criadas nos muestra ese lado oscuro alimentado por el deseo y capaz de transgredir lo establecido. Cruzar el umbral y romper definitivamente cadenas a las que voluntariamente nos sometemos exige un pago. El precio cada uno sabe cuál es.

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