Las bodas de Eurídice
Ricercar publica la primera grabación mundial de 'L'Euridice' de Caccini, un hito en la fundación del género operístico


Los desposorios reales ya no son lo que eran. Basta fijarse en las bodas de Enrique IV de Francia y María de Médicis, celebradas en Florencia en octubre de 1600, y compararlas con cualquiera de los recientes enlaces protagonizados por miembros de las reinantes monarquías europeas para comprobarlo. En el último año del siglo XVI no había desde luego televisión que llevase las imágenes del cortejo nupcial a las casas de los expectantes súbditos, pero en materia de espectáculo no se quedaron cortos, ya que a los responsables encargados de ornar artísticamente el acontecimiento les dio sencillamente por inventar la ópera.
Como es bien sabido, Florencia era por entonces el centro de las reflexiones de un grupo de intelectuales -poetas, filósofos, coreógrafos, músicos...- que pretendía nada menos que rescatar el espíritu de la antigua tragedia griega que, según consideraban, se envolvía en una música puramente monódica. Algunos experimentos se habían hecho ya al respecto, pero el real enlace se presentó de repente como la plataforma ideal para ofrecer a los ilustres visitantes llegados de toda Europa una muestra práctica de un tan ambicioso propósito.
Giulio Caccini, cantante y compositor nacido en 1551 cerca de Roma, protegido del conde Giovanni Bardi, fue escogido para representar un gran espectáculo dramático musical, que cerca de cuatro mil personas presenciaron en el Palacio Vecchio el 9 de octubre, Il Rapimento di Cefalo, obra de la que lamentablemente sólo se ha conservado el coro final. Tres días antes había tenido lugar en el Palacio Pitti otra representación, más modesta, una Euridice escrita por el poeta Ottavio Rinuccini y puesta en música por Jacopo Peri, obra considerada hoy la primera ópera conservada de la historia.
No obstante, al parecer no contento con su participación en las celebraciones epitalámicas, Caccini quiso dejar constancia de su forma de entender aquel mismo libreto de Rinuccini y escribió sobre él otra ópera, que fue editada incluso antes que la de Peri, aunque no se representó hasta 1602. Hablar de ópera en 1600 es hacerlo de una obra dramática (en este caso, estructurada en un prólogo, tres actos y cinco escenas) escrita en riguroso estilo recitativo, con números corales cerrando cada escena, lejos aún de la magistral fusión de géneros y la flexibilidad dramatúrgica que logró Monteverdi con su Orfeo, siete años posterior. Hay en cualquier caso en Caccini, con respecto a Peri, una mayor cercanía al canto, un contenido más decididamente melódico, lo que hace esta obra absolutamente gozosa para los buenos aficionados, que por fin la tienen disponible discográficamente (la de Peri había sido grabada ya hace años en Arts) merced al trabajo excepcional de un jovencísimo conjunto encabezado por el tiorbista, barítono y director Nicolas Achten, que le da sentido con una mimada atención al más nimio detalle retórico de la partitura y con una frescura y una teatralidad por completo subyugantes.
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