Abigail | Crítica

Vaya con la niña

'Abigail', otro secuestro que sale mal.

'Abigail', otro secuestro que sale mal. / D. S.

Quien tenga la mala idea de secuestrar una niña de 12 años no puede cometer dos errores, uno producto de la estupidez y otro de la ignorancia. La primera le llevaría a cometer la estúpida imprudencia de que la víctima del secuestro sea la hija de un millonario (lo que tiene su lógica). Pero que ha acumulado su fortuna y su poder de forma digamos que poco ortodoxa usando recursos que podrían definirse como expeditivos. Mal enemigo. Y si todo quedara en lo mafioso.... Ahí lo dejo. La ignorancia le llevaría a secuestrar una niña que podría calificarse como muy especial. Y no solo por el tutú y sus habilidades dancísticas. En este caso la mala suerte agrava ignorancia: ¿quién podía imaginarse cómo se las gasta la criaturita?

Los protagonistas de esta película cometen los dos errores. El primero era previsible que pudiera traer disgustos, dada la naturaleza del papá. El segundo no podía preverse salvo que, cosa que solo pasa en los universos de Pirandello, Fellini o Allen, los personajes fueran conscientes de serlo y pudieran conocer a sus autores, en este caso quienes escriben y dirigen la película. Si los secuestradores hubieran sabido que sus creadores eran los de Noche de Bodas en 2019 y la revitalización de la saga Scream con las entregas V y VI de 2022 y 2023, el dúo Matt Bettinelli-Olpin y Tyler Gillett más Guy Busick en el guión -integrantes de Radio Silence Productions-, seguro que se lo habrían pensado antes de secuestrar a la criaturita. Porque sabrían que, si de estos guionistas y directores se trata, una niña no es solo una niña, los monstruos ávidos de sangre que acechan a sus víctimas mientras suena El lago de los cisnes no eran solo cosa de las viejas películas de la Universal y los papeles de víctima y verdugo se pueden intercambiar con facilidad.

Como por desgracia los personajes no tienen autonomía y no piensan, sino que son pensados por sus autores, los secuestradores se ven enfrentados al predecible horror y los esperables baños de sangre propios de estos directores. Encerrándolos con la víctima que los va a victimizar en un caserón apropiado para que se desarrollen estas cosas, la película discurre con sangriento desahogo con ribetes humorísticos por los caminos de lo que en su día se llamó grand guignol, truculento antecedente teatral de lo que hoy se llama gore, splatter o slasher, con algún guiño a lo gótico y el terror clásico, eso sí, llevados al paroxismo.

Con una desatada Alisha Weir -muy distinta de la Matilda musical que interpretó en 2022- coronando la sangrienta tarta y un reparto entregado, la película entretiene, divierte, asquea, salpica y asusta en broma como las añejas atracciones de las ferias en las que se pegaban telarañas en la cara y saltaban esqueletos fosforescentes. Porque este tipo de cine de terror es el más antiguo.

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