Yasujiro Ozu: la regla y la excepción

Un filme mudo y otro sonoro para los que existen lecturas apropiadas: uno en el que rastrear los estilemas de la futura madurez del maestro y otro para sorprenderse frente al exceso desconocido. Tokyochorus y Unagallinaalviento se editan de manera conjunta, aunque el diálogo sea a veces dialéctico y su careo nos haga pensar en la densa sombra que un autor de veras proyecta sobre lo que se escribe e interpreta de su obra -y Ozu es, además, de los que cuentan con filmografía no conservada...
Los filmes, curiosamente, comparten una imagen: la de un niño convaleciente, giro que introduce en ambos títulos la inyección melodramática. Y es aquí, en el descenso al melo japonés, donde se debe buscar la esencial diferencia entre las películas y la consideración de la segunda como una rareza (sin entrar en el fascinante y sugerente título) dentro de la carrera del director de Cuentosde Tokio. Como advirtiera el Wenders de Tokio-Ga, Ozu conmueve porque en su cine se refleja la vida con especial pureza, un fluir de lo bueno y lo malo que trascendía la propia ideología del cineasta (notamos cómo a Ozu le gustaría que fuera el mundo, pero su deseo no tiene especial fuerza para obstaculizar lo irreparable). No se trataba de una mezcla de géneros, como en tantos y tantos realizadores industriales, sino de una inefable sucesión de momentos cómicos y trágicos que mostraban su fragilidad al ser comparados -en los característicos planos sin figuración, centrados en lo doméstico o lo urbano; planos-almohada en la terminología de Noël Burch- con lo real en su condición de ajeno al devenir humano. En Tokyochorus este especial materialismo (en el que Schrader encontraba la puerta para la trascendencia) va tomando forma: la cámara baja o el fin de los fundidos a negro como convenciones de puntuación son algunas de las características de un estilo sistemático que levanta de manera especial una historia corriente de paso de la infancia a la madurez, una crónica de sueños aplazados que nos interpela en primera persona.
Es en la segunda parte de Unagallinaen elviento donde Ozu aparca su cine fugaz y densifica la situación melodramática fuerte: son las escenas del desprecio de un hombre intransigente por su mujer, quien se vio obligada a prostituirse para pagar los gastos de hospital que le salvaron la vida a su hijo. Ya habíamos visto en el cine de Ozu temas crudos (Primavera precoz y Crepúsculo de Tokio, sus filmes más oscuros), nunca esta mostración de violencia, un sufrimiento físico y metafórico al que Ozu solía reservar el off.
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