Historia Taurina

Violeta y oro, pensamientos de torero a pesar de todo

  • Cristina Sánchez se enfrentó a seis novillos en Toledo en una tarde en la que dejó clara su valentía y que había nacido para una profesión en la que muy pocos son los elegidos

Chaquetilla de Cristina Sánchez.

Chaquetilla de Cristina Sánchez. / Justo Algaba

Hace calor. Los rigores del verano se hacen notar en la ciudad imperial. Es 25 de julio, domingo, del año 1993. Toledo luce radiante, hermosa. El Tajo la acaricia suavemente con sus aguas. La luz apenas traspasa los ventanales de una coqueta habitación de hotel. La persona que la ocupa está nerviosa. El compromiso a vivir en unas horas le trae gran desazón. La claridad de sus ideas le ha llevado a dar el paso. No viene a ser una anécdota en tan duro oficio. Lo tiene nítido en su mente. Sabe perfectamente el pedregoso camino que ha iniciado.

Es consciente que no será precisamente de rosas. La profesión que ha escogido, dura y sacrificada de por sí, es su mayor pasión. Su meta no es otra que brillar, alcanzar la cima, la fama, la gloria. Todo son sueños. Poco importa que haya comenzado a sentir las primeras espinas de dolor y contratiempo. Ahí está ella, dispuesta a todo, a superarlo y a demostrarlo. Una mujer también puede ser torero. Cristina Sánchez de Pablos tiene como meta demostrarlo.

Ha pasado poco tiempo desde que estrenase la condición de profesional. Con poco más de quince novilladas picadas ha podido comprobar cómo las embestidas de los utreros comienzan a tener seriedad. Ya no es el juego con becerros o erales. El novillo, al que le falta poco para convertirse en toro, y con el que se enfrenta ahora, es la piedra de toque para darse cuenta de que su propósito es serio, deliberado y formal. Poco importa. Horas y horas de entrenamiento, de toreo de salón al toro imaginario, todo bajo la atenta mirada de un padre, Antonio Sánchez, que no ha tenido más remedio que ceder, han hecho que el oficio vaya consolidándose y el cuerpo este preparado para salir airosa del trance.

Cristina es consciente de que está preparada para el reto. Todavía hay quien no la ha tomado en serio por su condición de mujer. Otros le niegan el pan y la sal. Es la hora, al menos para ella. Tiene que demostrar que es torero ante todas las cosas y, de paso, decir con voz alta que el toreo no tiene sexo. Por eso ha apostado fuerte. Seis novillos para ella sola. Una gesta para cualquier matador experimentado, aún más para alguien que lleva poco tiempo recorriendo tan espinoso camino.

La mente está preparada. La tensión, aunque no lo parezca, está dominada. La preocupación de vez en cuando le asalta y le trae algún nerviosismo inoportuno. Trata de no dar más vueltas a la cabeza. La responsabilidad ante tanto compromiso es total. Para colmo el vestido que tiene que lucir esa tarde no llega desde Madrid. El prestigioso sastre Justo Algaba ha excusado por motivos profesionales el entregarlo personalmente. El padre de la torero, Antonio, viaja a recoger el terno. Cristina recuerda en la penumbra de la habitación cómo se gestó el encargo.

“Quiero un traje especial. No me digas más, lo estoy viendo”, repuso el maestro. “Tiene que ser de color tenue. ¿Qué te parece un violeta? Es un color muy femenino, pero a la vez muy torero. Te veo que eres una persona de mente muy clara. Todo lo piensas mucho, tanto en la vida, como en la cara del toro. Le iría bien entre sus bordados unas flores de pensamientos ¿Te atreves? Y encima con mucho oro, señal de poder”. Cristina se encogió de hombros. “Justo, cóselo. Pero no quiero ni probármelo, ni verlo antes del festejo. Me lo llevas a Toledo y allí veré lo que me propones”.

Así fue. Cristina Sánchez no acudió a ninguna prueba. El traje se terminó y Antonio Sánchez pasó por la sastrería a recogerlo. “Antonio, amigo”, le dijo Algaba. “Siento mucho no poder ir hasta Toledo. Ahí va. Me gustaría que tu hija fuera la primera en verlo. No tengas la tentación de verlo antes”. Antonio cumplió su palabra. Llego hasta el hotel y allí se desvelo la creación de Justo Algaba. Cristina no salía de su asombro. El traje era una preciosidad. Torero ante todo, y sobre todo, muy original. Ahora, mientras la torero lo admiraba en la silla, solo tenía una cosa en mente. Triunfar con él.

Al llegar la tarde, como de una ancestral liturgia, aquella chica veinteañera se fue transformando, mientras se vestía de torero, en una sacerdotisa dispuesta a llevar a cabo un primigenio ritual. De violeta y oro partió plaza aquella tarde. Sola, dispuesta a demostrar muchas cosas.

En chiqueros, seis novillos utreros de Cetrina que estuvieron bien presentados, pero que no fueron como se esperaba de ellos. Aún así, Cristina lució con ellos. Sobre todo con el bravo que hizo tercero, en el que demostró todo lo que llevaba dentro, a pesar de su aún corto bagaje en la profesión. Muy por encima de los demás y con el borrón, disculpable por su bisoñez, con los aceros pudo cuajar, de acertar con ellos, una tarde mucho más rotunda.

Aún así Cristina Sánchez salió vencedora del reto. Tal vez aquel escollo fue la primera piedra de toque de su carrera. Luego vino todo lo demás que la hace referente en la fiesta de los toros. Una torero que demostró que el toreo, como los ángeles, carece de sexo y solo hace brillar a los que reúnen condiciones para ello.

Hoy, aquel traje violeta añora tardes de gloria, tal vez con la esperanza de volver a lucir sobre los dorados alberos y reverdecer viejos laureles. Ojalá pronto vuelva a ser vestido por una torero, se llame Cristina o Raquel.

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