Historia Taurina

Un blanco y plata testigo de un doble ceremonial

  • Los hermanos Esplá, Luis Francisco y Juan Antonio, vistieron el mismo traje de luces los días de sus alternativas como matadores de toros, que tuvieron lugar en 1976 y en 1978

Traje de luces que vistieron los hermanos Esplá los días de sus alternativas.

Traje de luces que vistieron los hermanos Esplá los días de sus alternativas. / El Día

Los trajes de torear guardan bellas historias. Hechos o sucesos que el tiempo hace que pierdan frescura o vigencia. Pero el paso de los años, a pesar de nublar la memoria, no siempre borra de nuestra mente lo memorable. Siempre hay algo que nos hace recordar acontecimientos, felices o trágicos, con solo ver o mirar un objeto. Una simple prenda de vestir puede hacer con su contemplación revivir hechos pretéritos que nos han marcado en alguna etapa de nuestra vida. En un terno de torear esos recuerdos perennes están presentes entre los ricos hilos con los que se adornan. Son fedatarios reales de sucesos que marcan una vida. De triunfos, de fracasos, de tragedias, de sinsabores o de haber tocado durante un tiempo la gloria. Ahí están.

Mudos, silenciosos, colgados en una percha, tal vez en una rica vitrina, o tal vez olvidados en el fondo de un oscuro ropero. Muchos de ellos habrán perdido el lustre, la prestancia, la luz, pero a pesar de ello mantienen su grandeza. ¡Si un traje de luces hablara! ¿Cuántas cosas nos podría contar? Tantas y tantas cosas. Nos hablaría del miedo que lo rellenó muchas tardes, también del valor que lo contrarrestó, del sudor que lo empapó y hasta de la sangre, propia o no, que lo manchó.

Un día de marzo, justo cuando el invierno nos recuerda que aún está presente, la tarde se alarga anunciando la primavera próxima. A pesar de la fina lluvia, la naturaleza despierta de su letargo. Es tiempo de recuerdos y de nostalgias. La contemplación de unas prendas toreras, usadas, pero conservadas como si fueran a ser usadas de nuevo, nos revela detalles desconocidos para el gran público, pero entrañables para aquellos que las usaron en tardes señaladas de sus carreras como toreros, aunque la gloria no fuese igual, las cosas del destino y la providencia para los protagonistas de la historia.

De un tronco, asolerado y noble raigambre, partieron dos ramas de similar proporción y forma. Ambas fueron creciendo de manera paralela. Las dos fueron formándose bajo la misma educación. Los valores del toreo les fueron inculcados por igual, así como los entresijos de la profesión u oficio más atávico de cada español. La luz del Mediterráneo alumbraba aquellas lecciones paternas ejemplares. Lo que comenzó siendo un juego de niños, fraguó en un sueño que comenzaba a tomar los visos de ser real. Los hermanos Esplá, Luis Francisco y Juan Antonio, no podían ser otra cosa que toreros.

Apurando los 17 años y tras un camino como novillero, muchas tardes junto a su hermano, el mayor de los Esplá se va a convertir en matador de toros. Lejos de su Alicante natal tendrá lugar la ceremonia. Es domingo 23 de mayo de 1976. Corrida de Beneficencia en la capital de Aragón. Zaragoza será el marco de la ceremonia ritual de la alternativa. Paco Camino, el niño sabio de Camas, ejercerá como padrino. Pedro Moya El niño de la capea, será el testigo. Los toros son de la ganadería de Manuel Benítez El Cordobés. La suerte está echada. De blanco y plata viste el mayor de los hermanos Esplá, cosido por Fermín. Salta el toro de la ceremonia al ruedo. Atiende por Desorejado y es un señor toro.

Luis Francisco Esplá desarrolla toda su tauromaquia, aquella que desde niño le inculcó su padre, y muestra que el juego de niño se ha convertido en algo poderoso, estético y bello. El mal uso de los aceros impide que el triunfo le acompañe en el toro del doctorado. La corrida sale dura y poco apta para el lucimiento. Ni Camino, ni tampoco Capea, han lucido. La gloria llega en el sexto. Ahí Luis Francisco vuelve a cautivar a los públicos en los tres tercios. Faena barroca y preñada de clasicismo. En esta ocasión la espada viaja certera. Dos orejas y primera salida a hombros como matador de toros. Sus sueños de niño se han hecho realidad.

Pasan raudas las hojas del calendario. El hermano mayor es asiduo en los carteles de postín. Aún no ha llegado ese momento que le encumbraría en figura, pero sus formas no pasan desapercibidas. Tarde o temprano, todo llegará. Es 3 de septiembre de 1978. El fugaz Juan Pablo I inicia su pontificado. Todo está pendiente de Roma. Mientras tanto, en la habitación de un hotel de Palma de Mallorca, un hombre vela una vestidura que ejercer otra liturgia milenaria. El menor de los Esplá, Juan Antonio, mira fijo un traje blanco y plata que vestirá la tarde en la que se va a convertir en matador de toros. Un traje que curiosamente es el mismo que vistió su hermano mayor el día que se doctoró en tauromaquia.

Los toros pertenecen a la charra ganadería de Pilar Población. El padrino no podía ser otro que su propio hermano mayor, y el testigo, un torero seco, rancio, castellano, que se llama José Luis Palomar. Entre ambos parte plaza el novel matador liado en un capote de paseo regalo de su hermano y padrino. El nuevo doctor cumple su sueño y sus desvelos. Una oreja, que pudieron ser dos, al toro de la alternativa, de nombre Canastillo, y otra en el sexto fue el balance de la tarde de su alternativa.

Dos hechos singulares y con la curiosidad de que un terno blanco y plata fue el mismo para una doble ceremonia y un doble compromiso.

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