Cultura

Público, ¿qué publico?

En la estela de Alatriste y Los Borgia, de cuyo relativo éxito popular aún nos estamos recuperando, La conjura del Escorial exhibe orgullosa su factura de europudding dispuesto a reverdecer aquellos tiempos de dudosa gloria del cine histórico de toda la vida de guardarropía de Cornejo y escenarios de Gil Parrondo, con una nueva y académica visita a las intrigas palaciegas de la Corte de Felipe II con reparto internacional sacado del banquillo de los suplentes (Julia Ormond, Jason Isaacs, Jurgen Prochnow, Joaquim de Almeida, Juanjo Puigcorbé…) y alardeando de presupuesto (14 millones de euros, dicen) como principal reclamo de cara a la taquilla.

Antonio del Real, cineasta muy comprometido con la profesión y con lo que-quiere-de verdad-el-público (Desde que amanece, apetece, Trileros, La mujer de mi vida: sin comentarios), urde una intriga, escrita a cuatro manos, en la que la entrepierna, la corrupción y las ansias de poder se combinan en calculada fórmula de best-seller de pastas duras y con aspiración de validez contemporánea (sic).

En una rutina de plano-contraplano, música enfática, réplicas medidas y ordenadas y todas las variables más acartonadas y triviales de la mal llamada gramática clásica que no es sino estética de telefilme caro, enturbiada por una gaseosa fotografía de Carlos Suárez y por un doblaje plano que anula cualquier ambiente de autenticidad, la cinta despliega su acartonado e impersonal estilo como lo hubiera hecho un programa de ordenador y se preocupa de que los euromillones que ha costado luzcan en la pantalla en forma de cambio de vestuario y de salones amplios.

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