Un hombre de paso | Crítica

Horror y Distanciamiento

Un momento de la obra 'Un hombre de paso' en Córdoba.

Un momento de la obra 'Un hombre de paso' en Córdoba. / IMAE Gran Teatro

La visión particular y paradójica del Holocausto judío subió al escenario del Gran Teatro el pasado viernes con Un hombre de paso.

La versión firmada por Felipe Vega se nutre de la entrevista que Claude Lanzman realizó a Maurice Rosell, realizada mientras recopilaba testimonios sobre el exterminio de la población judía en Europa por el Tercer Reich y que plasmó en Shoah (1985) su película más aclamada. Dada la peculiaridad del personaje y su visión rocambolesca que choca con los acontecimientos reales, Lanzmann decidió sacar el material de Rosell para estrenarlo por separado con el nombre Un vivant qui passe (1997). En la cinta, Maurice Rosell se reafirma y justifica su informe positivo redactado como miembro del Comité Internacional de la Cruz Roja al que pertenecía sobre la visita que realizó a los campos de exterminio de Auschwitz y Theresientadt.

Vega transforma el texto en una entrevista a tres bandas incluyendo a Anna, una periodista obsesionada por conocer los motivos reales de esa versión y Primo Levi, escritor judío superviviente del campo de Monowitz, anexo al de Auschwitz. Los tres personajes se citan en un hotel de Turín para hablar sobre lo experimentado en aquel tiempo. Conforme avanza el insólito discurso negacionista de Rosell la perplejidad se instala en la estancia incomodando a entrevistadora y superviviente, obligado este último a abandonar la entrevista por no ser capaz de digerir tanta falta de objetividad. Leví regresa al hotel (cuando Rosell sale) con la intención de poner las cosas en su sitio y junto a la periodista rompen la cuarta pared para transmitirnos el mensaje del Horror que nunca debe olvidarse.

La puesta en escena delicadamente tratada se encamina a introducirnos en una atmosfera íntima y cómplice. Manuel Martín Cuenca emplea su experiencia para trasladarnos a un espacio real, con un naturalismo acentuado que nos retenga y compense la falta en la obra de un conflicto evidente que potencie la acción. Los protagonistas comparten tiempo y palabras atrapados en una contención emocional y gestual. Debido a ello, la propuesta alcanza sobremanera al sector del público colocado en el escenario, pero al mismo tiempo corre peligro de diluirse conforme el patio de butacas se aleja de las tablas.

Para evitarlo es necesario contar con profesionales que dominen el lenguaje escénico, forjados sobre los cimientos del Teatro y ese es el “As en la manga” de Martín Cuenca para que la función llegue a buen puerto. María Morales y Juan Carlos Villanueva son los dos pulmones por donde respira la obra y abrigan a su compañero Antonio de la Torre que nos regala un personaje repleto de matices inquietantes. Existe mucha verdad en las interpretaciones de este elenco de lujo y sin lugar a dudas es lo mejor de la obra.

El siglo XX de grandes guerras y totalitarismos de todos los colores solo trajeron muerte y destrucción para los más débiles. Por desgracia, la naturaleza se impone y escuchar en vivo el testimonio de quienes lo sufrieron en primera persona también desaparece, circunstancia que provoca que observemos aquellos acontecimientos con cierto distanciamiento. Pero tampoco hace falta que pase el tiempo para que esto ocurra. Hoy encendemos el televisor y tenemos la guerra en casa y cuando nos cansamos del Horror cambiamos el canal para ver nuestra serie favorita o el partido de Champions. Paradojas.

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