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Córdoba, 1722 Muerte al judaizante

Córdoba, 1722 Muerte al judaizante
Alfredo Asensi Córdoba

04 de abril 2015 - 05:00

Córdoba, comienzos del siglo XVIII. La actividad de la Inquisición había ido descendiendo en los últimos tiempos, pero en la década de 1720 un nuevo inquisidor general, Juan de Camargo, llevó a cabo una gran represión, caracterizada por una violencia extrema, contra los judaizantes. De ello es ejemplo la crónica del auto de fe y procesión de Antonio Gabriel de Torres Zevallos, de 1722, que se exhibe hasta el 21 de abril en el Archivo Histórico Provincial en el marco del ciclo Documento destacado.

Un texto de especial interés, ya que quedan pocos testimonios de las actuaciones del Tribunal de la Inquisición de Córdoba. La mayor parte de la documentación fue destruida durante la ocupación francesa de la ciudad, a principios del siglo XIX.

El documento exhibido, estudiado para esta ocasión por la archivera Ana María Chacón Sánchez-Molina, procede de los fondos notariales de la institución. En él, el escribano público Joseph Antonio de las Doblas va dando testimonio de todos los trámites del proceso, una vez concluido el juicio del Santo Oficio y entregado el reo a la jurisdicción civil para la ejecución de la sentencia. Se expone (en horario de 08:30 a 14:30) junto a una transcripción completa del texto, el auto de fe (en el que se citan otras 13 personas enjuiciadas), una reproducción de la manteta (que probablemente se colgaría después en el claustro del Patio de los Naranjos de la Mezquita-Catedral) y un plano en el que se detallan los pasos del recorrido.

El auto de fe consistía en la lectura pública y solemne de los sumarios del Santo Oficio y de las sentencias que los inquisidores pronunciaban ante los reos. Asistían las autoridades y corporaciones respetables del pueblo y, en especial, la justicia civil, a la que eran traspasados los condenados a pena de muerte. Es a la vez una fiesta religiosa y civil, con presencia de público de todos los estamentos sociales de la ciudad y de otros lugares. Simboliza el triunfo de la Iglesia católica sobre la herejía, así como el apoyo del poder civil a esta causa.

Los preparativos comenzaban un mes antes, cuando se emitía el pregón anunciando el auto. La plaza de la Corredera se engalanaba y se comenzaba a preparar el tablado, en el que estarían los reos y las máximas autoridades civiles y eclesiásticas. La víspera del auto se realizaba por toda la ciudad una procesión en la que se llevaba la cruz que iba a formar parte del altar de la Corredera. Podía ir acompañada de cientos de soldados y religiosos, ambientada con música religiosa y perfumada con incienso.

El 12 de abril de 1722, a las 13:00, en el convento de San Pablo, de la Orden de los Predicadores (Dominicos), el tribunal pronuncia la sentencia definitiva contra el reo Antonio Gabriel de Torres Zevallos por "judaizante, protervo, convicto, revocante, pertinaz". Todos estos atributos indican que en el momento de la lectura de la sentencia Antonio Gabriel confirmaba e insistía en sus creencias hebreas. En el caso de que el preso mostrara arrepentimiento y se retractara de las causas que se le imputaban, si era la primera vez que caía en herejía se le perdonaba la vida. Pero este no fue el caso de Antonio Gabriel.

Se le condena a la confiscación de sus bienes, a salir con insignias de relajado y a ser remitido a la justicia y brazo secular. La condena a "salir con insignias" significaba que a partir de ese momento el acusado debía vestir el sambenito y la coroza. El sambenito era una tela rectangular con un agujero en el centro por el que se introducía la cabeza, quedando la mitad de la tela por delante del cuerpo y la otra mitad por la espalda. En esta tela se pintaba el nombre del reo y a veces la profesión, el delito y el año. Se añadía pintura a imitación de fuego si el reo era condenado a la hoguera, o aspas si se había arrepentido y reconciliado con la Iglesia. La coroza era un cono de papel o cuero que se ponía en la cabeza y en el que también se dibujaba el fuego o el aspa.

Debido a que los tribunales eclesiásticos no podían aplicar la pena capital, relajaban o entregaban el preso a la justicia civil, que se encargaba de ejecutarla.

Una vez leída la sentencia le imponen a Antonio Gabriel el sambenito y la coroza. Uno de los religiosos que le asiste le coloca un rosario en el cuello y un crucifijo en la mano y en la puerta del convento, en la calle de Marmolejos (actual calle Capitulares), el alguacil mayor y el secretario, acompañados por varios familiares del Santo Oficio, lo entregan al alcaide mayor de la justicia de Córdoba y al fiscal, junto a la certificación de causa y sentencia y con la asistencia de varios escribanos, formalizando así la relajación al brazo secular.

14:30, plaza de la Corredera. En un gran tablado se ubican los reos y las autoridades civiles y eclesiásticas, junto a un altar. En este momento, dependiendo de si el reo mostraba arrepentimiento y se acogía a la fe católica, la pena de muerte podía consistir en quemarlo vivo o concederle la gracia de aplicarle el garrote antes de proceder a la quema del cuerpo sin vida. Por este motivo el alcaide mayor, viendo que el reo había mostrado síntomas de arrepentimiento, le pide al escribano que le pregunte a Antonio Gabriel "si quiere viuir y morir en nuestra Santta fee Catholica". Y pregunta a los sacerdotes que le auxilian si da señales de verdadero arrepentimiento. Antonio Gabriel, de rodillas, llorando y con el crucifijo en la mano empieza a proclamar alabanzas hacia Jesús, la Santísima Trinidad y la Virgen y a pedir perdón por todos los errores cometidos al apartarse de la fe cristiana durante nueve años y en especial por los improperios vertidos esa misma mañana durante la lectura de la sentencia en el convento. Termina su alegato pidiendo al alcalde mayor que "le mande quemar vivo por tener esto mas que ofrezer en sattisfaczion de sus graves culpas".

Obviando la petición, el alcaide mayor le condena al garrote y la posterior quema. Se le traslada a la Ronda del Marrubial. Sube besando cada escalón del tablado a la vez que reza en voz alta. Se sienta en el patíbulo y él mismo se coloca el garrote en la garganta y sin soltar el crucifijo de la mano. Sus últimas palabras fueron: "Jesús, Jesús...".

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