Rafael Romero | Neurocientífico: “La mente no dejará de ser un misterio a corto plazo”

El neurocientífico Rafael Romero García. / Ismael Rubio
Miguel Lasida

15 de diciembre 2025 - 03:00

La historia de Rafael Romero García (Sevilla, 1985) es la de un ingeniero informático que ha acabado ejerciendo como profesor de Medicina y neurocientífico. Las redes neuronales requieren un abordaje reticular, compartiendo ciertos diseños y estructuras con las máquinas. Romero empezó las prácticas en un banco cuando acabó en 2008 la carrera de ingeniería pero, según cuenta, ése no era su mundo. Hizo la tesis en neuroimagen aplicada al entendimiento de los cambios cerebrales durante la enfermedad de Alzheimer y fue ahí donde encontró el camino. Después de una estancia en la unidad de mapeado cerebral de la Universidad de Cambridge, donde exploraba los correlatos neurales que cambian los cerebros en la demencia y en los trastornos psiquiátricos y del neurodesarrollo, se integró en el departamento de Fisiología Médica y Biofísica de la Universidad de Sevilla, donde dirige el Laboratorio de Neuroimagen y Redes Cerebrales.

Pregunta.–Comprender el cerebro parece toda una tarea.

Respuesta.–Intentamos entenderlo en su conjunto, no una región concreta. Ese enfoque tiene limitaciones, pero estudiarlo así es el modo idóneo para comprender la función cognitiva, que junto con el lenguaje es lo que realmente nos hace humanos. El cerebro es el objeto más complejo con el que se ha topado el hombre.

P.–¿Dejará la mente de ser un misterio?

R.–A medio e incluso a largo plazo creo que no. La capacidad para hacer experimentos en un cerebro humano es muy limitada por motivos técnicos y éticos. La mente seguirá siendo para nuestra generación un misterio, lo cual es algo positivo.

P.–¿Los trastornos mentales dejan rastro?

R.–Sí. En las personas con esquizofrenia, por ejemplo, se ve en determinadas regiones cerebrales un menor volumen de neuronas y de conexiones entre ellas. Distinto es que podamos hacer un diagnóstico de las alteraciones neurológicas y psiquiátricas porque, aunque se identifican diferencias en valores promedios dentro de un grupo, hay mucha variabilidad entre las personas. Mi cerebro, por ejemplo, puede parecerse más a uno con esquizofrenia que a otro sin ella.

P.–¿Todas las mentes tienen una alteración?

R.–Si cambiamos alteración por diferencia, por variabilidad, la respuesta es sí. La variabilidad entre los cerebros es enorme. Las regiones y la organización cambian mucho entre los individuos. El cerebro se desarrolla por un patrón de expresión genética influido por el entorno y, dependiendo de ese entorno, la maduración puede ser de un modo u otro.

P.–¿Qué implicación tiene que un trastorno psiquiátrico deje un rastro evidente, tangible, en el cerebro?

R.–Creo que está muy desfasado el retrato que se hace de la psiquiatría, el desfase es de un siglo. Parece que la psiquiatría se limita a encerrar a quienes tienen problemas de salud mental y lo único que hace el encierro es agravar los síntomas. La psiquiatría actual se basa en la comprensión de las raíces, del origen de los circuitos que provocan los síntomas, e intervenir con medicación y terapia de un modo dirigido.

P.–¿Hay regiones cerebrales donde se localicen el amor o el odio?

R.–Hay funciones bien localizadas, como el movimiento, la función visual y la auditiva, pero es más difícil identificar cuanto más compleja es la función, pues involucra a comunicaciones coordinadas entre regiones distantes. La inteligencia, por ejemplo, ¿dónde está? La red es la que la genera. Es como Internet: no está en un lugar, es la red la que la constituye. Además, es muy difícil cuantificar para un experimento funciones como el amor o el odio, pues son de una definición subjetiva.

P.–Que las drogas recreativas provocan trastornos está ya asumido, ¿verdad?

R.–Está completamente demostrado el vínculo entre el consumo de cannabis en la adolescencia y un aumento del riesgo de desarrollar trastornos psicóticos, como la esquizofrenia. Hay gente que puede consumirlo durante toda la vida y no le pasa nada, pero hay otra que sí. Uno no sabe en qué grupo está por lo que, si consumes, estás comprando más papeletas.

P.–Un equipo de investigadores con el que usted ha colaborado ha certificado que las edades del hombre tienen un reflejo claro en el cerebro.

R.–Es un estudio que analiza las imágenes cerebrales a lo largo de la vida. A los nueve años, más o menos, uno tiene más neuronas que un adulto, más de las que necesita.

P.–¿Y a continuación?

R.–Se eliminan las neuronas que no son útiles. Durante la adolescencia hay una poda drástica de cuerpos neuronales y un aumento de las conexiones. Hasta los 23, 24 ó 25 años, uno tiene menos neuronas que de niño pero conectadas con más eficiencia.

P.–¿Y de ahí se pasa a la madurez, a la adultez?

R.–Es un proceso continuo. La maduración cerebral está diseñada para responder a las necesidades evolutivas. De niño hay un cerebro que ha evolucionado para adaptarse a muchos ambientes: sobrevivir en la sabana, en el hielo, en la selva... Y vamos madurando para hacer mejor unas tareas y dejar de hacer otras que no son útiles. La adultez es un viaje hacia la especialización.

P.–¿Y qué pasa en la vejez?

R.–El cerebro se rige por una ley sencilla: lo usas o lo pierdes. Mantener las conexiones cerebrales es muy costoso desde un punto de vista energético y lo que no se utiliza se va perdiendo. Las conexiones que no son útiles se van eliminando.

P.–¿Desde cuándo es el cerebro el órgano fino y complejo de hoy?

R.–Para que el cerebro cambie debe haber una presión evolutiva que afecte a los genes. No soy antropólogo, pero diría que desde finales del Paleolítico tenemos el cerebro de hoy. En ese momento el humano se asienta y la supervivencia deja de pertenecer sólo al mejor adaptado, pues hay una comunidad de iguales que compensa los problemas que genéticamente podía tener un individuo y que pudieron causarle la muerte, una muerte que impedía la transmisión del problema a las generaciones venideras.

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