Necesariamente, ha acabado una era en el CCF, la de los dos primeros años de Carlos González al frente de la sociedad. Ayer fue el cierre a una etapa con altibajos, que rozó la gloria y que ha caído hasta los infiernos. La derrota ante el Mirandés es tan simbólica que representa por sí sola lo que es ahora el club, una nave sin rumbo y quien sabe si en busca de nuevo capitán. Justo cuando se cumplen dos años arrecia el rumor de una posible venta, de una posible salida de los actuales propietarios. No parece la de ayer la mejor manera de mostrar el producto, con un estadio vacío y un equipo podrido, pero eso es lo que tiene ahora mismo el Córdoba, lo que se ha ganado a pulso. Es lo que hay al llegar al necesario final de una etapa.
Eso es lo que ha quedado del CCF, ése es el equipo que dirige Esnáider, que cada día hace más méritos para que nadie se explique su confirmación en el cargo. El argentino heredó un grupo en descomposición, pero con él se ha convertido en un desastre. Llegó para ejercer de revulsivo y ha ejercido el efecto contrario. Seguramente la culpa no es suya, pero queda señalado como último responsable. La culpa es de una plantilla que le ha faltado el respeto a la competición y la camiseta, que se borró cuando faltaban ocho jornadas y que ha deambulado como un alma en pena por la Liga. Ayer el Córdoba no jugó ni bien ni mal, simplemente no compitió. Como en Huelva, como en Gijón, como en tantas ocasiones hizo a domicilio a lo largo de la temporada amparado en el anonimato y la falta de televisión que aireara sus vergüenzas. Hasta ahora había mantenido la decencia de guardar las apariencias en El Arcángel, pero ayer perdió el decoro, se olvidó de las formas. Ya da igual.
Eso es lo que hizo el Córdoba, nada. Y mira que durante la semana los jugadores se habían hartado de repetir frases manidas que de tanto sonar acaban perdiendo su sentido. "Queremos despedirnos con orgullo", "tenemos que dar una alegría a la afición", "queremos ganar por nosotros"… Basura. Palabras vacías, falsas, mentiras de cara a la galería. Hace meses que nadie juega por la blanquiverde, que cada uno se busca la vida lejos de El Arcángel, y el partido de ayer fue el último reflejo. Ni se preocuparon por disimular, por guardar las mínimas formas. El Mirandés, que ganando se aseguraba la permanencia en Segunda, hizo lo justo para ganar uno de los partidos más fáciles que ha tenido a lo largo de la temporada. Con una exigencia mínima, el conjunto burgalés amarró la salvación en un choque que controló en todo momento, manejando los tiempos y jugando con la inoperancia de un Córdoba desesperante.
Y lo peor es que esa indolencia sólo provocó indiferencia. Los poco más de 5.000 espectadores que acudieron al estadio (un millar menos que los que 24 horas antes vibraron con la casta del filial) castigaron con un bostezo la enésima demostración de apatía de su equipo. Apenas unos pitos aislados, un "Esnáider vete ya" para recordar la banda sonora, y poco más. Semejante esperpento no mereció ni su enfado, un mal modo de cerrar la temporada, un pésimo último recuerdo antes de la que debe ser la temporada del asalto definitivo, la de la "plantilla top", la del ascenso sí o sí. Si ésta es la manera de ilusionar que tiene el Córdoba, el inquilino del palco tendrá que hacer milagros para recuperar la pasión perdida en El Arcángel.
Porque el equipo de Esnáider no tiró a puerta en toda la primera parte y apenas creó peligro en la segunda. Para acabar pronto, nada. Y el Mirandés lo vio fácil, quizás mucho más de lo que podía esperar. Los burgaleses contemporizaron y esperaron acontecimientos. Dependían de sí mismos y nunca perdieron la calma. Mientras que en otros campos llegaban goles de los equipos que esperaban un fallo, el conjunto de Pouso mantuvo la calma y marcó el primero pasada la media hora, justo en el momento adecuado, como si supiera que su momento iba a llegar. ¿Y el Córdoba? Nada.
Poco cambió la segunda parte, con los 150 aficionados del Mirandés poniendo la única nota discordante en un monumento al sopor. ¡Qué poco hizo el Córdoba! Ante semejante desbarajuste, sólo hizo falta la pifia con Fuentes y Armando como colaboradores necesarios para que Alain hiciera el segundo ante un Saizar vendido. Ahí tuvo El Arcángel su único atisbo de rebelión, ahí se acordó de Esnáider y más tibiamente de González. Pero no fue a más. El proyecto en descomposición ha conseguido acabar con la furia de una afición hastiada, tan asqueada con lo que ve que ni siquiera protesta. Sólo quiere que acabe esto ya.
Pudieron caer más, y sólo Saizar hizo que la vergüenza no fuera mayor. Para colmo, y después de 80 minutos penosos, al CCF le dio un ataque de dignidad y se lanzó al ataque en busca de un empate tan injusto como absurdo a esas alturas. Xisco redujo distancias y hubo algún acercamiento que metió el miedo en el cuerpo del Mirandés, pero no fue a más. Hubiera sido incluso contraproducente, sonrojante que en cinco minutos quisieran arreglar el desastre anterior. Al final no pasó y la justicia permitió al cuadro burgalés celebrar su salvación. ¿El Córdoba? Da igual. Hoy comienza necesariamente una nueva etapa.
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