Todos los ingredientes de un fin de ciclo
córdoba | mirandés
El día de las despedidas se salda con otro partido esperpéntico ante la indiferencia de El Arcángel Equipo, club y afición se ven abocados a un necesario proceso de regeneración
Todo lo que rodeó al partido de ayer suena a un adiós, al necesario fin de ciclo para una entidad y un equipo que ha ido descomponiéndose hasta no dejar ni rastro de lo que hace apenas 12 meses era el proyecto más ilusionante en los últimos 40 años (¿les suena esa frase, eh?). Queda todavía el último estertor de Soria, pero a nadie le importa, ni siquiera al propio club, que si de él dependiera había echado la persiana hace semanas. Se acabó, y como dijo Esnáider, es lo mejor que le puede pasar a este Córdoba. Ahora toca barrerlo todo, de arriba a abajo, y que salga toda la porquería, que se vaya todo el que no sirva o el que no quiera.
Por eso no dejan de ser contraproducentes algunas situaciones del partido de ayer. Esnáider es el primero que no sabe si va a seguir. Ratificado y confirmado en una rueda de prensa con tufo a paripé, el argentino ya va por 7 puntos de 24, alimentando la sensación de ser incapaz de dominar una nave ingobernable. Lo ha probado todo, pero no le sale nada. No se sabe si es una víctima o un personaje más en esta novela de esperpento, pero su nombre está quedando lastimado, tanto que pensar que seguirá aquí cuando a mediados de julio comience la pretemporada es toda una quimera. Puede que se vaya al Madrid con Zidane o que se vuelva a casa con una indemnización en el bolsillo... O puede que siga. Quién sabe.
Lo cierto es que no está poniendo mucho de su parte. Ayer alineó de inicio a siete jugadores que no estarán el año que viene, lo que no parece un gran plan de futuro. Puso a Seoane en lugar de Cristian y se obcecó con Joselu; Fuentes, López Silva y Xisco acaban contrato; López Garai lo tiene apalabrado con el Sporting y Dubarbier está en venta ante lo inasumible de su ficha. Daba igual. La situación era tan negativa que no hubo lugar para los sentimentalismos, para esos cambios hechos adrede para que el protagonista se lleve la última ovación. Ninguno se la merecía.
Si eso pasaba en el césped, en el palco también faltaban algunos de los que deben estar el año que viene. No estuvo el presidente, que se evitó el último sofoco de la temporada. Su ausencia -seguramente justificada- alimenta los rumores que en las últimas semanas pronostican su marcha, la venta de una entidad a la que sólo le queda un año para cumplir su objetivo. El caso es que cada vez que por el palco del estadio aparece un desconocido encorbatado, las especulaciones se disparan a la espera de novedades.
¿Y en la grada? Nada. Lo peor es la apatía, la indiferencia. El Arcángel ha perdido el sentimiento crítico, es un estadio adiestrado, anestesiado ante el dolor. Los Incondicionales y las Brigadas callaron -hay que ver estos chicos que bien se han portado tras la charla a pie de césped con el presidente-, y apenas se escucharon un par de reproches de los que ni sienten ni padecen. También por ellos esto debe suponer el final de un ciclo.
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