El cuarto escenario
Si no estás consiguiendo los resultados que quieres, ¡cambia!
Las ruedas de prensa y las comparecencias públicas de los jugadores y entrenadores de cualquier disciplina son en su mayoría aburridas sucesiones de tópicos sin sustancia, una catarata de declaraciones políticamente correctas y lugares comunes que pocas veces dejan una idea sólida que echarse a la boca. Cuando las cosas van mal y los resultados adversos se encadenan, no es extraño ver salir a los jugadores con caras largas, rostros serios y pocas ganas de hablar con la prensa, una situación en la que suele escucharse un clásico "tenemos que seguir trabajando igual. Jugando así los resultados llegarán antes o después". La fórmula se repite tanto, como si fuese un cliché, que llega a aceptarse como válida, y nada más lejos de la realidad. Ahí reside uno de los grandes errores de las personas, los equipos, las empresas y las organizaciones: en pensar que haciendo las cosas de la misma manera se pueden obtener resultados distintos.
En Diamond Building definimos que las personas y los equipos nos encontramos expuestos a cuatro escenarios de cambio en los que hallamos alguna traba, algún atasco que nos impide alcanzar los objetivos que nos hemos previsto. El último de esos escenarios, cada vez más repetido en todo tipo de organizaciones, es aquel en el que sabiendo lo que se quiere, sabiendo cómo y haciéndolo, no se consiguen los resultados deseados. Es decir, la estrategia que está siendo llevada a cabo para alcanzar un objetivo marcado no está siendo efectiva. No quiere decir que la estrategia sea mala, incluso puede que en otras situaciones anteriores sí haya dado buenos rendimientos, pero en la situación actual no es efectiva. Definitivamente, la estrategia no es válida, y en un mundo cada vez más cambiante, adaptarse a las nuevas circunstancias y revisar las acciones va a separar a los exitosos de los fracasados. Como dice Bill Gates, en el mercado actual sólo quedarán dos tipos de empresas: las rápidas y las muertas, y eso es aplicable a los individuos y a los equipos.
El gran riesgo reside en enamorarse de la estrategia, en obcecarnos en nuestra forma de hacer las cosas, la misma que quizás en su momento nos sirvió para alcanzar metas y en la que seguimos confiando aunque el escenario haya cambiado por completo. En el momento en que las personas ponemos el foco en el cómo (la estrategia) y no en el qué (es decir, el objetivo) estamos dando el primer paso hacia el precipicio. Este es una de las principales causas de cierre de empresas, pero también del fracaso de equipos que siguen esperando que los resultados lleguen por sí solos, sin hacer caso a las palabras de Einstein cuando dijo aquello de "si quieres obtener resultados distintos, no hagas siempre lo mismo". Y es aplicable a cualquier ámbito de la vida.
Hace unas semanas nos llamó un compañero para consultar si le podíamos echar una mano. Llevaba unos meses haciendo coaching deportivo con un equipo de baloncesto en categorías de formación, y había algo que no iba bien. El nivel técnico y físico de los chicos iba progresando adecuadamente, era un buen equipo y estaba obteniendo buenos resultados, pero le costaba mucho meterse en los partidos. Incluso ante rivales de su mismo nivel, tenía la peligrosa tendencia de "regalar" las primeras partes y dejarlo todo para la segunda mitad, arreglando tras el descanso lo que había dejado por hacer en los dos primeros cuartos. "La verdad es que no sé muy bien lo que pasa, porque el equipo hace bien su calentamiento y sale activado. Hacen las cosas bien, como siempre", fue la explicación de un problema que se repetía sistemáticamente, y la respuesta fue clara: "¡No! Hay algo que no se está haciendo bien". ¿Y cómo saberlo? Porque el resultado no está siendo el deseado. No le des más vueltas. La estrategia correcta es la que te lleva al objetivo marcado, y si no te acerca, es que la estrategia no es válida. Nadie está diciendo que sea mala, sólo que en esta situación concreta no sirve para alcanzar la meta. Así que la única solución es recuperar al niño que todos fuimos y aprender un nuevo plan, desarrollar habilidades o conocimientos nuevos, distintos, diferentes al fin y al cabo por mucho que nos duela desprendernos de nuestra querida forma de hacer las cosas. Bienvenido al siglo XXI, bienvenido a la era del aprendizaje permanente. ¿Y de verdad vas a seguir defendiendo que tu estrategia es la correcta? ¿Qué precio estás dispuesto a pagar? ¿Hasta cuándo vas a poder mantener esa falsa creencia?
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