Alimenta, que no es poco (1-0)
Córdoba - Tenerife · la crónica
Los blanquiverdes rompen su racha de tres derrotas consecutivas gracias a un solitario gol de Abel y vuelven a la pugna por el 'play off'. Sin mejoría en el juego, el resultado da aire a Villa.
La grada aplaudiendo feliz, los jugadores devolviendo el gesto desde el centro del campo, Villa felicitando uno a uno a sus futbolistas... y el Córdoba de nuevo metido en la pomada con los mismos puntos que el sexto. Se acabó la crisis -de momento-, vuelven las sonrisas y el equipo se reengancha a la pelea por el play off. Y todo por una victoria, una de las más ramplonas de la temporada, pero esto es el fútbol. El equipo blanquiverde cortó su racha de tres derrotas consecutivas con un triunfo que rentabilizó el tedio y dio por bueno uno de los partidos más aburridos que se han visto esta temporada en El Arcángel. Dice el tópico que el fútbol es ese deporte en el que al segundo bostezo marcan los alemanes, pero durante décadas todos hemos querido ser teutones, aburrirnos hasta el infinito si al final salíamos en la foto alzando la copa. Ayer hubo unos cuantos bostezos y un final feliz, así que todos contentos y a casa. ¿O no?
Porque el Córdoba no lo mereció más que en otras ocasiones, aunque tampoco menos. ¿De qué vale la imagen valiente de Zaragoza si al final pierde en el descuento? ¿De qué sirve la forma si falla el fondo? De nada. Por eso no merece la pena buscar lecturas más allá del resultado, un triunfo ante un Tenerife que no hizo honor a la serie que le precedía. Los canarios venían de enganchar ocho partidos sin perder, pero viendo el partido de ayer la racha es inexplicable. Los tinerfeños son uno de los equipos más timoratos que han pasado por Córdoba, un bálsamo para un grupo necesitado como el de Villa.
Ése es el nombre propio del partido. El técnico vivió otra semana difícil con su continuidad en entredicho, y todo pendiente de un resultado. Ante ese panorama, el madrileño respondió con un menú reconocible. Que nadie espere virguerías y jogo bonito, porque no lo va a haber. Pero tampoco lo había cuando el equipo ganaba y peleaba por el ascenso directo. Que los resultados distorsionaran la realidad es otra cuestión, pero de eso él no tiene la culpa. Nunca prometió nada que no fuera a ofrecer. El Córdoba jugó igual de bien y de mal que cuando los días eran de vino y rosas, igual que cuando no daba pie con bola. Todo depende del marcador, de ese cristal capaz de alterar el punto de vista. Y eso, en encuentros y situaciones como la de ayer, es más que suficiente.
Porque ya habían avisado los jugadores tinerfeños durante la semana que éste era un partido para inteligentes. No sólo para el que mejor supiera jugar con la pelota, sino para el que mejor gestionara las emociones. Aunque cada encuentro es una batalla distinta, el de anoche venía indefectiblemente marcado por la trayectoria de ambos equipos, por la racha ganadora de los canarios y por las dudas alimentadas por los blanquiverdes a lo largo de los dos últimos meses. Porque el fútbol es un estado de ánimo, una verdad universal desde mucho antes de que Valdano le pusiera prosa argentina a las sensaciones, y ahí la ventaja la tenía el Tenerife mucho antes de que la pelota echara a rodar.
Un ambiente enrarecido, una entrada algo más floja, la gente pendiente del reloj… No parecía el mejor escenario para romper la peligrosa dinámica en la que se habían metido los de Villa, y la primera parte no trajo ni una sola buena noticia para la recuperación cordobesista.
Con Xisco de nuevo como referencia ofensiva tras su ausencia por lesión en los tres últimos partidos, el CCF volvió a mostrar un dibujo más reconocible con el modelo original, pero su fútbol mostró el mismo perfil plano de las últimas semanas. La intención era buena, como siempre, pero la escenificación era deficiente. Más posesión de balón, más deseo… pero poco más. Sin conexión entre líneas, sin profundidad por las bandas y demasiadas imprecisiones, el Córdoba fue quemando minutos sin ofrecer argumentos suficientes para superar la cómoda resistencia de un Tenerife contemplativo que en la primera parte se limitó a verlas venir.
Apenas un par de lanzamientos lejanos y sin peligro fueron todo el rédito blanquiverde en los primeros 45 minutos, un acto que seguía milimétricamente el guión que el Tenerife había diseñado durante la semana. Apenas se había cumplido la media hora y a Villa ya le sobraba el abrigo, signo de que algo no iba bien. Cada fallo en la entrega, cada indecisión generaba un ligero run run en la grada que desembocó en los pitos que abandonaron al equipo camino de los vestuarios. No fue una bronca en toda regla, pero sí la escenificación del desagrado, del desencuentro de una afición dispuesta a apoyar hasta el final, pero que pide más. Al menos un poco más.
Porque como habían avisado los canarios antes del encuentro, cada minuto que pasara con el marcador en vilo jugaría a su favor. A medida que avanza el choque sería más fácil que aparecieran en los blanquiverdes los nervios y la tan temida ansiedad, esa enemiga que tanto daño hace en los vestuarios con dudas entre las taquillas.
Nada pareció cambiar tras el descanso y la paciencia se iba agotando a medida que se desgranaban los segundos del marcador. En apenas cinco minutos, Xisco se tuvo que retirar por una recaída, Villa se la jugó con un par de cambios francamente impopulares y Saizar salvó la única (pero clarísima) ocasión del Tenerife en todo el partido. El vasco resolvió con calma un mano a mano con Ayoze que pudo haber encendido definitivamente la mecha de un estadio que a esas alturas parecía dispuesto a explotar a la mínima excusa.
Y cuando el rumor en la grada empezaba a ser más que evidente, llegó el gol de Abel. El sevillano fue el elegido para sustituir al ariete balear, un cambio arriesgado y no entendido por todos, pero su zapatazo desde la frontal del área vale un tesoro. Después no hubo nada, o al menos poco más. Un par de contras guiadas por Pacheco y Uli si acaso, pero nada que variara mucho lo que se había visto hasta ese momento. Ni falta que hizo. Ni el miedo atávico a los minutos finales puso el triunfo en peligro, aunque todo el estadio contuvo la respiración hasta que De Burgos pitó el final. No desmenucen el partido en busca de esquisiteces. Por un día, quédense con la victoria. Degústenla. ¿A que sabe bien?
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