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Síndrome Expresivo 49: Sherlock Holmes | Cultos, patrimoniales e idiotas

Peter Cushing en el papel de Sherlock  Holmes

Peter Cushing en el papel de Sherlock Holmes

Todos los profesores, gurús visionarios y mi vecina del quinto compartimos la idea de que la educación debe partir del interés del alumno por el conocimiento veraz y riguroso: una utopía existencial, donde el día a día del ser humano esté marcado por la aventura de un saber infinito e inabarcable, pero insultantemente placentero. Así, desde los primeros balbuceos en la cuna, el bebé siente, por naturaleza, el deseo de comprender las causas y el funcionamiento del mundo que le rodea. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué?

Esta obsesión por la exploración racional de los conceptos y las verdades ocultas en la realidad modela la personalidad de muchos alumnos inconformistas, siempre ávidos por hallar la fórmula secreta del conocimiento. Por ejemplo, en el área de Lengua y Literatura son típicas varias preguntas: ¿cuáles fueron los temas de conversación e inquietudes de los primeros hablantes sobre la faz de la tierra?; ¿quién determina los usos correctos e incorrectos en la lengua española en las diferentes etapas históricas?; ¿por qué un individuo con apariencia normal como Jorge Andrada perdió el rumbo vital y estudió Filología Hispánica? Sí, querido lector, los enigmas y misterios de la humanidad.

Ante tanta inquietud intelectual por parte de mis alumnos, tengo la extraña costumbre de adornar mis explicaciones con alguna batallita literaria, digna de recuerdo y alabanza. Como siempre, el truco infalible es estamparles en la cara alguna pregunta sorprendente del tipo: "¿Sabéis que estudié Filología Hispánica porque uno de mis ídolos era el inmortal Sherlock Holmes?". Genial, ¿verdad? En general, la táctica funciona en la mayoría de los casos, pero debo reconocer que, en más de una ocasión, algún alumno ha comenzado a convulsionar y a proferir amenazas en arameo antiguo ante el anuncio de mi paréntesis autobiográfico. ¡Dios mío, cómo está el patio!

Pues sí, paciente lector. Una de mis disertaciones favoritas es aludir al origen de las bases léxicas presentes en nuestra lengua y su importancia en la interpretación de la realidad. Sin duda, nadie podrá discutir las virtudes deductivas de Sherlock Holmes en la resolución de casos policiales de dificultad endiablada. Este sagaz detective es uno de los personajes literarios que encarna mejor el espíritu de búsqueda constante de la verdad disimulada entre elementos en apariencia inconexos, de ahí que me encante recurrir a su figura para el análisis de los campos léxicos o familias de palabras.

¿Alguien podría explicarme la relación léxica (si existe) entre las expresiones "inspección ocular", "echar una ojeada", "examen oftalmológico" y "maquillaje de ojos: eyeliner XL"? Suave susurro de las dunas cantoras en el desierto de Kalahari. ¿Algún voluntario se atreve a diferenciar la base culta latina de la griega en el léxico español? Apenas el murmullo de un búho real en su deambular sigiloso por las ramas cercanas. ¿Sois capaces de distinguir las características fonéticas de la base patrimonial hispánica? La música del aire fresco encerrado en una caracola marina. ¿Por qué el último ejemplo es un anglicismo innecesario y ajeno a la morfología de la lengua española? No se mueva, no hable, no respire, estamos tratando de pensar.

¿Se puede superar?

La reflexión sobre las bases léxicas de las palabras que componen nuestro sistema de comunicación redundan en el desarrollo de una competencia comunicativa eficaz. Es curiosa la feliz sensación de muchos lectores con cierta formación cultural cuando leen un artículo científico en una lengua romance (portugués, francés o italiano): "¡Lo entiendo casi todo sin consultar el diccionario!", exclaman orgullosos ante la comprensión de los tecnicismos específicos del área de conocimiento y el sentido general del escrito.

Tal vez, sin pretenderlo, hayan asimilado las técnicas deductivas y lógicas de Sherlock Holmes para resolver los misterios más desconcertantes e intrincados de la morfología. En nuestra lengua es frecuente la alternancia de bases cultas, procedentes sin apenas cambios fonéticos de la lengua latina y griega, con voces propias que, con el paso de los siglos y el uso particular, se alejaron de su forma grecolatina. Por esta razón, los hablantes de las lenguas románicas reconocemos de inmediato como cultismos términos como filial, áureo, flamear, nocturno, episcopado frente a las bases patrimoniales, que se caracterizan por la evolución fonética propia del español en los pares hijo, dorado, llama, noche, obispo. Elemental, querido lector.

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