Córdoba

Una vida para dos (V): De vuelta a casa

  • Consuelo y Juan regresan a Villa del Río tras diez días en el hospital y con la ilusión de afrontar una vida nueva fruto de la donación del riñón.

En el capítulo iv La doctora Requena y el doctor Anglada dirigen la extracción e injerto del riñón que Consuelo le ha donado a su marido, Juan, un éxito rotundo que sirve de broche a una historia de amor repleta de dudas y miedos

Cuando se inició esta historia de amor incondicional entre Consuelo Mantas y su marido, Juan Herencia, la imagen de Padre Jesús de Villa del Río cobró un protagonismo especial. La familia se encomendó a la imagen que preside la capilla del colegio de la Divina Pastora de su pueblo para pedirle fuerzas y ánimo con los que afrontar los crecientes problemas renales que sufría Juan y años después para rogarle que evitara el fracaso en el trasplante del riñón que ella había decidido entregarle a él en un gesto que rozaba la heroicidad. Tan claro han tenido -y tienen- que las creencias religiosas fortalecen al ser humano y hasta hacen posible lo imposible que acuden a esta capilla antes que a su propia casa. Lo hacen con signos visibles de su reciente paso por el Hospital Reina Sofía: él con la mascarilla y el gesto visiblemente cansado y ella con los informes clínicos, también agotada, y toda la documentación que habían necesitado desde el 13 al 23 de diciembre, antes de Navidad como habían soñado. Los motivos sobran, en su opinión, para esa acción de gracias a Padre Jesús, presente en todo momento a través de las más variadas iconografías: la vieja estampa que custodia en el bolsillo de la chaqueta y la de la cartera, el fondo de pantalla del teléfono móvil, una pulsera con la imagen del titular y hasta un trozo de túnica antigua y unos tornillos que habían hallado en la madera al restaurarlo.

La capilla del colegio de la Divina Pastora es, por tanto, la primera parada que hacen en Villa del Río. En la media hora de viaje de regreso a casa, Juan y Consuelo casi no mantienen conversaciones. Él va delante junto a su suegro, que es quien conduce el vehículo, y ella detrás, con su madre. La satisfacción y la alegría son más que evidentes en el interior a pesar de que él no parece creerse que la pesadilla ya haya terminado. No tendrá que viajar más a Córdoba para dializarse y se acabó el sinvivir de pasarse el día pendiente del teléfono en busca de alguien que iluminara un túnel del que llegaron a pensar que no saldrían nunca. Su mirada es la de un hombre nuevo, ahora sólo obsesionado con abrazar a sus hijas, Ana Estrella y Rocío, sus sobrinos, hermanos, el resto de la familia, los amigos y, en definitiva, todas aquellas personas que han estado a su lado en los peores momentos. Sin embargo, los primeros con los que comparten su alegría son Miguel, hermano mayor de la cofradía de Padre Jesús, y las religiosas Josefa y Babina, hermanas franciscanas misioneras. Juan y Consuelo van directos al camarín, donde pasan alrededor de cinco minutos. "Le debemos mucho", afirman.

María Luisa, la hermana de Juan, no aguanta la espera y se desplaza a la capilla consciente de que ésta sería su primera parada. Abre la puerta y, llorando, se funde en un abrazo que dura varios segundos. La satisfacción es tal que allí mismo tienen lugar las primeras bromas. "Así estás mucho mejor con tu ropa y no con la bata verde tan fea que te habían puesto", le dice el hermano mayor de la cofradía, que continúa con un "seguro que ya gruñes y todo, señal de que vuelves a estar bien". Los comentarios de Miguel generan las primeras carcajadas e incluso Juan, objeto de la broma, comparte las risas y hasta amaga con responder a las mismas. Aunque algo más delgado, Juan ha perdido el tono blanquecino que había tenido en el hospital.

Tras la preceptiva parada en la capilla de Padre Jesús, la familia Herencia Mantas llega a su casa. Lo hace a las 17:00, cerca de dos horas después de que los médicos le firmaran el alta. Juan se abraza a Ana Estrella, su hija mayor, y le pregunta que dónde está su hermana: "Está con la tita", le contesta a su padre. Su llegada a la casa era una sorpresa que le querían dar a las niñas, pero falta la "pequeña", a la que tratan de localizar a través del teléfono móvil. "Eso es que la tita no lo oye porque estará en la azotea o donde sea", comentan. Mientras tanto, esta vivienda de la avenida de Andalucía empieza a sufrir un continuo trasiego de personas. Familiares, amigos y vecinos van llegando para abrazar a Juan y decirle un "ya se ha acabado todo, ahora toca recuperarse", un mensaje que se repite en sucesivas ocasiones. Algunos no se explican cómo Juan y Consuelo han regresado a su casa en apenas diez días.

Las felicitaciones son constantes, en persona y por teléfono, pero la más singular y entrañable de todas consiste en una pequeña tarjeta de Navidad que firman sus sobrinos Belén y Alfonso, de tres y cinco años respectivamente. Le habían dibujado un colorido árbol de Navidad con un "te queremos mucho" en la parte inferior, un mensaje que emociona a Juan y que deja con cuidado sobre la mesa. La alegría no oculta, en cualquier caso, el cansancio que acumula. Tiene ganas de ducharse y cambiarse, de volverse a sentar y ver la televisión. De disfrutar, en definitiva, de su casa, a la que ha echado tantísimo de menos en los últimos días. A Juan sólo le falta ver a su "pequeña", que llega más de media hora después de lo previsto. La satisfacción es ya total y los cuatro se funden en el abrazo del reencuentro con el que tanto habían soñado. Rocío le habla a sus padres de sus notas y de lo mucho que le ha echado de menos estos últimos días. "¿Ha ido todo bien?", le pregunta a su hija.

Es inevitable, por la fecha -víspera de Nochebuena-, que surja la conversación en torno a la cena del 24 de diciembre. Consuelo, que ya llevaba varias días con el alta médica, le comenta que existe la posibilidad de marcharse con su familia y sus primos, aunque entiende que Juan está cansado después de la compleja operación a la que se ha sometido y ha de aprovechar estos días para recuperarse. Poco a poco y casi sin darse cuenta se van alejando de los comentarios relacionados con su pasado inmediato. La muestra de amor que Consuelo ha tenido con su marido le ha devuelto la vida y ahora es el momento de mirar hacia el frente, de hacer todo aquello que se les ha resistido desde que les dijeron que Juan tendrían que pasar de tres a cuatro veces por semana por la máquina de diálisis -primero por el Hospital Reina Sofía y después por el centro de la calle Perpetuo Socorro, también en la capital-. Ahora volverán a viajar, a estar una semana en la playa y a hacer planes sin esa dependencia de los niveles de creatinina, ahora absolutamente normales.

Juan y Consuelo, aunque con cierto retraso, pueden preparar la Navidad. De hecho, todos los médicos que participaron de una u otra manera en el proceso previo y en el propio trasplante -nefrólogos y urólogos- casi que se habían comprometido con ellos en que sería así "si todo salía bien". Y así ha sido. Tras meses de incertidumbres, temores y dudas, piensan ya en cómo organizarán la Nochevieja, en los regalos de Navidad y Reyes Magos y hasta en la necesidad de decorar la casa con luces y guirnaldas de colores, llenar una bandeja de turrones y mantecados y escuchar villancicos.

No dudan que será la mejor Navidad de toda su vida. Juan está convencido de que ha vuelto a nacer y Consuelo tiene muy claro de que ha hecho lo que tenía que debía, porque, recuerda, "si él estaba mal lo estábamos todos, sus  hijas y yo misma". La historia ha tenido un final feliz, "mucho", señalan ambos. Ahora tienen un riñón cada uno y una vida para dos.

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