El último testigo indirecto de la tradición cordobesa de la espartería
Cordobeses en la historia
José Estévez Pérez creció en el entorno de la Plaza del Salvador, vivió cuando las industrias esparteras agonizaban y reconvirtió la tradición en reivindicación de la cabaña equina local



EL cruce de caminos de Alfonso XIII, San Pablo y Alfaros era aún la plaza del Salvador, la de los puestos de flores y paso hacia la Espartería o el mercado de La Corredera, en donde los pobres soñaban con el gordo adquirido en la administración número 1, el local esquina con la calle de la Feria que hoy compra oro en lugar de regalar fortuna.
En aquel entorno comenzó en 1876 uno de los negocios más antiguos de Córdoba de la mano de Rafael Estévez Pérez, espartero instalado por su cuenta en aquel año tras trabajar a jornal en La Corredera. Su hijo Antonio siguió los pasos del primer Estévez y juntos regentaron el negocio, primero en La Corredera, en la Espartería luego y finalmente en la calle de San Pablo.
Eran tiempos de labranza y aperos para las caballerías; de canastos, aguaderas o esteras; de elementos de albardonería que con el correr de los tiempos irían sustituyendo los derivados de la Revolución Industrial. Mientras tanto, la tienda artesanal acomodó a la familia, y la tercera generación pudo ya estudiar. Uno de los nietos de aquel primer espartero, Rafael Estévez López, se había instalado en la casa familiar del número 9 de la calle Hermanos López Diéguez al casarse con Josefa Pérez Ramírez. Allí nació el 23 de abril de 1950 su hijo José. Dos años más tarde, la familia se trasladó al número 5 de la calle San Pablo, en donde transcurriría toda la vida de aquel niño, que pronto alternaría los juegos en la plaza del Salvador con sus estudios en los Salesianos; el colegio de niño y adolescente, del que saldría para abordar la carrera de Comercio.
Su infancia era un diario de vivencias propias y del devenir de Córdoba. Entre estos pasajes se encuentran sucesos convertidos ya, definitivamente, en documentos historiográficos de la memoria oral como el primer pedido de esportones de goma para la labranza que iniciaron el declive de la espartería campesina, y animaron a la familia a introducirse en la fabricación de toldos, cuando en el huerto de la calle Escañuela se dejó de producir el esparto. Continuaron fabricando esteras para las paseras de Montilla y las prensas aceiteras, que se extendían en una calle de San Pablo sin tráfico, donde los niños jugaban al balón y las lumbres de las castañeras aromaban el aire. Era cuando el abuelo albergaba a los hermanos del Calvario en el huerto que tenía junto a los Salesianos para vestirse de romanos y escoltar al Cristo del Descendimiento; cuando la plaza del Salvador se llenaba de tribunas y en San Pablo se iniciaba la carrera oficial.
Los recuerdos de Pepe Estévez se mezclan con los relatos en voz baja del padre, testigo directo del proceso contra el barbero de la calle San Pablo en 1943. Y es que Rafael Estévez compartió taberna y algún que otro perol con Enrique Gallego y Francisco Reyes, víctima y ejecutor, respectivamente, de aquel crimen que conmovió a Córdoba en su tiempo y aterrorizó a los niños de generaciones posteriores. Tal y como contábamos en estas mismas páginas hace una década, fueron unas 15.000 pesetas de aquellos años del hambre los motivos del delito que puso en jaque a jueces y policías y tuvo a la prensa nacional, como hoy, pendiente de Córdoba.
Más allá de la documentación escrita, queda el testimonio del hijo de uno de los llamados a declarar. El cobrador del banco y amigo del barbero, era parroquiano junto al padre de nuestro personaje de la taberna de Rafalito Novella, en donde tomaban sus medios después de la jornada laboral. El cobrador iba a afeitarse a la barbería de San Pablo y dejaba los sobres con las letras de cambio en la tienda de Estévez. El día que desapareció y en fechas posteriores, el barbero y el espartero fueron llamados a declarar y en la última espera en los pasillos del juzgado, Francisco Reyes ironizó: "¿Mira que si fuésemos alguno de nosotros?". El barbero no salió de las dependencias judiciales; tenía la cabeza de Enrique Gallego en un recipiente de su barbería. El resto lo había ido arrojando al río cada noche camino de su casa en la Fuensanta.
José Estévez Pérez terminó Peritaje Mercantil en el colegio conocido como Grupo Ferroviario de la Merced, cuando el negocio pasa ya a la cuarta generación y toma las riendas. En 1971 estableció el primer taller de toldos y albardas en la calle Cidros, y en 1993 se trasladó al número 5 de Hermanos López Diéguez antes de regresar nuevamente a San Pablo e instalar la fábrica en la finca El Cañuelo. Unos números más arriba del negocio familiar hoy sobradamente centenario, su hermana, Dolores Estévez, mantiene intacta la tradición de la espartería, en el lugar tradicional, convertido quizá en el único que lo trabaja artesanalmente en Córdoba.
El colegio de los Salesianos albergó el enlace de José Estévez y Josefa Pérez Gómez en un día de San José de 1975. Un año más tarde nacería María Inmaculada y, en 1978, Pepe. En un principio siguieron caminos ajenos al negocio; Macu acabó biología y se convirtió en profesora de equitación en El Cañuelo; Pepito volcó su atención en los trabajos artesanales que veía hacer a Simón Pedraza y aprendió el arte de coser el cuero y se implicó. Finalmente confluyeron en su amor por los caballos, otra de las tradiciones cordobesas que tienen en los Estévez uno de sus mayores mentores. Amantes y defensores de la presencia ancestral de estos animales, fueron propulsores de Córdoba Ecuestre y pioneros en reivindicar la Pura Raza Española en esta tierra o en recordar, al margen de hitos históricos, al escuadrón de la policía municipal de Córdoba, el primero de toda España.
También te puede interesar
Lo último
Contenido ofrecido por Howden Iberia