La valía de la primera doctora y académica de las letras españolas
Cordobeses en la historia
María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda pasó su infancia en la España Ilustrada, bebió de las ideas innovadoras de Carlos III y por él obtuvo el honor de ser la primera mujer catedrática
EN el Madrid de 1767, fruto de la unión entre Diego Guzmán Ladrón de Guevara, conde de Oñate y marqués de Montealegre, y la condesa de Paredes, María Isidra de la Cerda, nació la primera doctora y académica del país. La bautizaron en San Ginés el 1 de noviembre, al día siguiente de nacer, y le impusieron el nombre de la madre y el de Quintina.
Coinciden los distintos autores en que María Isidra Quintina de Guzmán y de la Cerda despertó temprano a las letras, mostrando un "claro y privilegiado talento cultivado con inteligente pulso por su maestro D. Antonio de Almarza", aquel que comenzaba a defender públicamente la capacidad de las mujeres para cultivar el intelecto, siempre que se les diera oportunidad.
A la influencia de este formador se hace referencia ya en las primeras páginas que se le dedicaban en el Semanario Pintoresco Español en junio de 1853, dando noticia de la orden real que en abril de 1785 se otorga para que le sean concedidos los grados de Filosofía y Letras Humanas, por la Universidad de Alcalá "prediciendo los ejercicios correspondientes". En mayo el claustro recibe autorización para variar el protocolo, ajustándolo a las exigencias de esta "ilustre descendiente de la condesa de Paredes".
El exámen se produce, a juicio de su biógrafa, María Jesús Vázquez Madruga, a instancias del padre, quien escribe al marqués de Floridablanca, valido de Carlos III, haciéndole partícipe de la intención de María Isidra de obtener un título universitario, a pesar de la prohibición que impedía el acceso de las mujeres a estas instituciones. En la misiva, solicitaba el permiso del Rey para que su hija fuera examinada en la Universidad Complutense de Alcalá de Henares, para el título de doctorada en Filosofía y Letras Humanas. Era un paso más en la carrera de esta joven que "participaba activamente en los salones literarios de Madrid. Pero quería tener un título universitario", prosigue Vázquez Madruga. Otra versión, defendida por Francisco Arias Solís, invita a pensar a que fuera el propio monarca el artífice de tal ingreso, auspiciado más por afectos personales que por méritos, pues "por su rango, María Isidra, vivía muy cerca de Carlos III quien le habría tomado, desde niña, singular cariño". El político y escritor sustenta esta teoría en la poca calidad de sus escasas obras y en las más que cuestionadas traducciones del griego.
Sean cuales fueran las razones, su figura resulta esencial para la apertura del pensamiento patriarcal, reflejado en dicho Semanario varias décadas después de su fallecimiento, al decir que "las labores domésticas pueden alternar con las lecciones filosóficas" descartando "el principio de que se avienen mal la aguja con la pluma y el libro con el costurero" puesto que "muchas excelentes madres publicaron sus pensamientos", porque "el trabajo de manos no interrumpe el laboreo del entendimiento". Partiendo de estas premisas la solicitud fue aceptada y -prosigue la crónica del Semanario- Mª Isidra Quintina, llegó a Alcalá en el anochecer del 3 de junio, donde tuvo un multitudinario recibimiento a las afueras de la ciudad. Una vez alojada en el palacio arzobispal, recibió la visita del claustro agradecido al soberano por la elección de su centro para nombrar a "la primera maestra complutense y en toda España".
En la mañana del día cuatro, volvieron los profesores para hacerle llegar los ejercicios; a las veinticuatro horas la llevaron en carruaje a la Universidad alcalaína, en medio de una solemne recepción, incluidos acordes musicales. Allí, diez doctores en lenguas clásicas y vivas, en Filosofía, Retórica, Metafísica, Geografía, Ética, Teología o Mitología, entre otras materias, "reconocen la sólida instrucción y el claro ingenio de la joven erudita".
Fue investida doctora y maestra en la Facultad de Artes y Letras Humanas, como catedrática y examinadora, el día 6 de junio de 1785 a las diez de la mañana. Se le concedió también el honor de acuñar una mellada de plata en su nombre antes de ser nombrada Dama Real y, al mes siguiente (29 de julio de 1785), ingresó en la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, haciéndolo en 1786 en la Económica de Madrid. Un año antes y recién cumplidos los 17, era socia de honor de la Real Academia Española, siendo también la primera en leer su discurso de ingreso en castellano y no en latín.
Su vínculo con Córdoba se establece a los 22 años, a partir de su enlace con el XIII Marqués de Guadalcázar, Rafael Alonso de Sousa. Era el mes de septiembre de 1789. Se cumplía el compromiso adquirido ocho años antes, cuando la joven contaba sólo 14 y 10 el futuro esposo. Se vino a vivir al palacete que desapareció de la Puerta del Rincón. Luego nacerían sus cuatro hijos: Rafael, María Magdalena, Luisa Rafaela e Isidro. Tuvo también casa en Guadalcázar donde murió el 5 de marzo de 1803, a los 35 años. Cumpliendo su voluntad, la enterraron de madrugada en Santa Marina de las Aguas Santas, donde apareció un día su lápida de jaspe negro, la que todavía puede admirarse en su capilla, junto a la de otros nobles que tanto gustaron de aquel barrio, también de toreros.
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