Tribuna

Morriones, el primer toro indultado en Cabra

  • El concepto de bravura era otro, no se medía al toro por su capacidad en los tres tercios, pues poco importaba el de muerte; se medía en el de varas: a más puyazos, más bravura

La cabeza disecada de Morriones, en la finca Los Ojuelos.

La cabeza disecada de Morriones, en la finca Los Ojuelos. / Fidel Arroyo

Los indultos –¡ay, los indultos!– siempre levantan grandes polvaredas de polémica. Un premio, que por su excesivo abuso, comienza a ser devaluado, aunque cuando el toro muestra su capacidad de combate hasta su extenuación no tiene parangón. Una gracia pensada para mejorar el campo bravo, la raza de lidia, el toro, el pilar básico de la fiesta.

Hay quien piensa que cuando un toro es indultado, con merecimiento, es un fallo del ganadero. El reproche es que a un pulcro ganadero no se le debe escapar qué animales tiene que tentar en su casa. Sabido es que, antaño, algún criador, caso de Atanasio Fernández tras el indulto de un ejemplar de su ganadería, en una corrida concurso de Salamanca, afirmó con la socarronería que le caracterizaba: “Los sementales en mi casa los elijo yo, no el público”.

Tan convencido estaba de ello, que al primer comprador que apareció por Campocerrado, solar donde pastaba su ilustre ganadería, le colocó el toro indultado junto con un lote de vacas. El caso es que después el toro ligó, como se dice en el argot, y propició a su comprador poseer una de las ganaderías más bravas de la vecina Portugal.

El último indulto en Cabra también se ha visto salpicado por la polémica. Aún se habla y se escribe –tanto en medios, como en redes sociales– sobre la gracia alcanzada por el toro Soplón, de la ganadería de Fuente Ymbro. Animal que obtuvo el perdón de su vida el pasado 29 de agosto, cuando un Finito de Córdoba pleno lo cuajó de principio a fin, propiciando la gracia por parte de una presidencia que quiso erigirse en protagonista, aunque al final la razón y la evidencia le hicieran ver la realidad que todos vieron.

No fue Soplón el primer animal indultado en el centenario coso egabrense. No hace muchos años, el 15 de abril de 2017, el matador de toros extremeño Miguel Ángel Perera indultó, con la consabida polémica, un toro de la ganadería de Luis Algarra, de nombre Ojerizo. Estos dos toros, Soplón y Ojerizo, ya forman parte de la historia de la plaza de toros de Cabra. Ambos en esta era moderna. Toros indultados conforme a la legislación vigente, basada en el reglamento nacional de 1992, donde se contemplaba el perdón de la vida para todos aquellos animales que mostraran su bravura durante su lidia. Una lidia, la de hoy, exigente. Un combate largo y duro, con una exigencia realmente dura.

Tiempo atrás el concepto de bravura era otro. No se medía al toro por su capacidad para el combate en los tres tercios. Poco importaba el tercio de muerte, así llamado porque no era más que la preparación para entrar a matar. Faenas cortas, de pocos muletazos, en los que se buscaba igualar rápido y matar con la mayor brevedad posible. Eran otros tiempos. La bravura se medía en el tercio de varas. A más puyazos, mas porrazos de piqueros y caballos muertos, más bravura. Era la fiesta de antes. La fiesta más primigenia y dura, donde la lidia era una lucha sin cuartel entre la fuerza bruta y la razón.

24 de junio de 1878. Festividad de San Juan. Fecha de toros en la ciudad de Cabra. Hay toros. Se lidian reses de la ganadería cordobesa de José María de Linares, teniente capitán de la Guardia Real. Formó su vacada en 1837 adquiriendo parte de la ganadería de Gaspar Muñoz, vecino de Ciudad Real, la cual estaba conformada con ejemplares de la casta jijona. Aquel día, los toros jijones de Linares salieron poderosos. El jugado en segundo lugar, de nombre Pantero, tomó 19 puyazos, por once caídas y dejando para el arrastre nueve caballos muertos. El público pronto tomó partida por los ásperos toros jugados aquella tarde. El cenit vino durante la lidia del quinto; no hay que olvidar que el ganadero designaba para ser corrido en ese lugar al toro de mayor confianza, un animal que a la postre escribiría su nombre en los anales del coso, hoy centenario, de Cabra.

Morriones volvió a ser jugado y esta vez fue estoqueado por José Machío, que lució con él

Atendió por Morriones. Su pelea con los picadores fue cruenta. Mandó a dos de ellos a la enfermería y finiquitó siete jamelgos. Manuel Fuentes, Bocanegra, fue cogido, afortunadamente sin consecuencias. Las cuadrillas pasaron un rato amargo ante aquel feroz animal. El público, entusiasmado, tomó partida por el toro y comenzó a pedir el perdón de su vida. El presidente accedió a ello y Morriones volvió al campo, convirtiéndose en el primer animal que ganó la gracia del perdón en la plaza de toros de Cabra.

Cuentan los escritores y tratadistas, que Morriones en el campo era todo nobleza, llegando a comer incluso de la mano de uno de los pastores que trabajaban en la ganadería del señor Linares, la cual estaba asentada en las fincas La Nava y La Viñuela, ambas enclavadas en el término municipal de Cabra.

Placa que acompaña la cabeza disecada de Morriones. Placa que acompaña la cabeza disecada de Morriones.

Placa que acompaña la cabeza disecada de Morriones. / Fidel Arroyo

Los aficionados querían ver de nuevo al bravo en la arena. Se pidió de nuevo su lidia. Y fue jugado nuevamente el día 20 de agosto de 1882, con la edad de once años. A pesar de todo, Morriones no defraudó. Acudió presto a los caballos de los picadores en doce ocasiones, ocasionando a los piqueros diez caídas y matando seis caballos. Esta vez fue estoqueado por José Machío, que lució con él. Hoy, la cabeza disecada de Morriones, primer toro indultado en Cabra, adorna uno de los salones del cortijo Los Ojuelos, donde pasta la ganadería de Benítez Cubero, cuyo titular tiene raíces egabrenses.

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