La letrada cordobesa que abrió la puerta al futuro en la abogacía

Cordobeses en la historia

Josefina Escobar del Rey nació en la calle Nueva, se enfrentó al género dominante, con el que nunca se sintió diferente, y ahondó en las raíces del pensamiento universal hasta hacerlo igual.

La letrada cordobesa que abrió la puerta al futuro en la abogacía
La letrada cordobesa que abrió la puerta al futuro en la abogacía

ENTRE los fondos de la Biblioteca Provincial de Córdoba, se conserva el listado de abogados de 1925, que recoge todos los pertenecientes al Iltre. Colegio de esta ciudad, con despacho abierto o cerrado, residentes fuera y dentro de la capital, de su provincia, en Madrid, Jaén o Granada, entre otras. Los inscritos lo son desde el 28 de junio de 1875, hasta un total de 60, sin que aparezca en estos 50 años un solo nombre de mujer. La dinámica se mantendría inalterable hasta el 28 de abril de 1958, en que la cordobesa Josefina Escobar del Rey rompió este ancestral patriarcado con el número de carné profesional 891. Su irrupción en el panorama jurídico cordobés abre las puertas de la mujer a lo que hoy llaman igualdad, al ser la primera jurista de este colegio instituido en 1769, y que tenía ya 189 años de historia en aquellos momentos.

Josefina había nacido el 1 de noviembre de 1930 en la calle Nueva de Córdoba, en el mismo edificio que ocupaba el negocio familiar, la ferretería La Campana, de cuya fundación había sido hacedor su abuelo y el escribiente de éste, José Molleja Álvarez.

Su padre, Antonio Escobar Carretero, nacido en Villaviciosa y de ascendencia castellana, se había formado en el Colegio Francés de Córdoba y era agricultor cuando se casó con Josefa del Rey Fernández, vecina de aquel pueblo del Guadiato y de origen extremeño, que se dedicó por entero a cuidar de sus hijos. Además de Josefina, la menor, fueron nueve más, con una diferencia amplia entre ellos; el nacimiento de la pequeña coincide con el casamiento de la mayor. Todos, sin distinción de sexo, comenzaron pronto sus estudios, animados por la convicción de la madre de que "siempre una carrera y los estudios nos servirían", recuerda la primera letrada de Córdoba, para concluir: "Así era mi madre".

Sus primeras letras las aprenden uno tras otro en la Divina Pastora y luego en los Salesianos; posteriormente los cuatro varones irían a la Academia Espinar y las niñas a Santa Victoria. Allí, Josefina Escobar cursa el parvulario con su primera maestra, Madre Alicia y, como su madre solía repetir que "con las manos cruzadas allí no quería a nadie", en verano la enseñaban a bordar, a hacer bolillos y ganchillo. En 1950 se matricula en Granada como alumna oficial de Farmacia, pero cuando concluye el curso, habla con su padre y le pide matricularse de libre oyente en Derecho. Terminado el verano, el padre accede. La joven tenía concluido ese curso de Farmacia del que sólo le quedó pendiente Geología y Química.

En aquella Facultad de Derecho granadina sólo había seis alumnas; pero lejos de sentirse discriminada, consideraba un privilegio la "sala de señoritas" que compartía con sus compañeras, al igual que tampoco tomó en cuenta que las ubicaran en la primera fila del aula, eso sí, dice, "raro era el día en que no nos tocaba a alguna de nosotras responder a una pregunta directa del profesor", y aunque siempre con el máximo respeto hacia todas, empezó a comprender que se la miraba con lupa y que habría de abrirse camino "por un mundo entre varones", además de "tener que estudiar mucho más que ellos, para no quedar en ridículo".

A mediados de los años 50 se licencia en Derecho y regresa a Córdoba, con el anhelo de opositar a Judicatura o Registros y Notariado; pero encuentra dos inconvenientes: que la Sección Femenina no acaba de expenderle el certificado de haber realizado el Servicio Social (que tenía concluido) y que, por ley y dada su condición de mujer, no podía acceder a las oposiciones. Es cuando se cruza en su camino la figura de don Francisco Poyatos y de su sobrino Ricardo. Este eminente jurista, humanista e impregnado de un aire diferente al que respiraba la Córdoba de los cincuenta, apuesta decididamente por ella. Comienza ahí la trayectoria profesional de Josefina, la admiración personal que ya nunca dejaría de sentir por él, y el gusto por sus conversaciones en la cafetería Dvnia, en donde pasaba horas escuchándole, en unión de otros compañeros, lo que califica de "auténticas clases magistrales; era fabuloso".

A principios de los 70, Poyatos ejerce como fiscal y encomienda el magisterio de Josefina a José Luís Fernández de Castillejo. Tras el paso por este despacho, la joven letrada se establece ya en soledad en la calle Concepción, sobre el inmueble que tantos años ocuparan Los Sánchez. Allí continuó ejerciendo el Derecho Matrimonial. Ya había aprendido que en sus tarjetas era conveniente escribir J. Escobar del Rey, dejando al futuro cliente en la ignorancia de que esa J podría ser de una mujer. Ya ejercía su profesión con tal tino que llegó a ganarle un pleito sobre arrendamientos a su maestro, don Francisco Poyatos.

Compaginaba 18 horas al día, durante 32 años, su labor como abogado con la de docente en Graduados Sociales, Zalima o el Colegio Universitario de Derecho.

La dinámica de más de un siglo sin presencia femenina que rompió esta mujer al colegiarse en 1958, se mantenía 20 años después; hasta 1978, en que por fin tuvo compañeras letradas y dejó de ejercer en soledad esta profesión.

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