Foro Romano, 12

El Casco: ¿cuestión de orden?

  • Los vecinos del Casco han vuelto a levantar la voz ante lo que consideran una masificación de las actividades religiosas y culturales en una zona ya de por sí saturada

Imanes en una tienda de la Judería.

Imanes en una tienda de la Judería. / Juan Ayala

La movilidad está siendo tema protagonista en este arranque de curso político. En el horizonte se dibuja una Magna Nazarena que pondrá en la calle, en un solo día (y en horas muy concretas) a más de 30 pasos con sus respectivos cortejos. Unido ello a unos cuantos vía crucis el día anterior y otros tantos traslados pasada la exposición –Por tu cruz redimiste al mundo–, que era, al fin y al cabo, la actividad central de todo.

A colación de esta Magna, los vecinos de la zona más influenciada por estas procesiones, la del Casco Histórico, han vuelto a alzar la voz esta semana al considerar que la cantidad de actos religiosos, culturales y de ocio alteran su vida diaria.

A nadie se le escapa que vivir en una zona como el Casco Histórico de Córdoba es distinto a hacerlo en el resto de la ciudad. Los beneficios de estar rodeado de patrimonio por todos los flancos debe ser un acicate para querer residir en un suelo histórico. Pero las desventajas, hay que reconocerlo, también están ahí.

Convivir con el turismo, por ejemplo, es una de las claves en esta balanza de pros y contras de residir en el Casco Histórico. Con el turismo se puede convivir, eso sí, siempre y cuando éste no entorpezca el día a día. En la búsqueda de esa convivencia de la que tanto se habla desde las administraciones debería primar, por encima de todo, que la zona patrimonio no se quede en un escaparate calcado al de otras ciudades, donde las macetas llenas de tés, las camisetas con mensajes inoportunos y los imanes de nevera no quiten de la fotografía a la vecina cargando con las bolsas de la compra o al padre paseando a su hijo en carrito cerca de casa.

La convivencia con el turismo debe partir de la premisa de que el Casco tiene que ser habitable, amable y andable, por lo tanto disfrutable tanto para el turista, como para el cordobés y, por supuesto, para el residente.

Pero el turismo no es el único problema al que se enfrentan los vecinos del Casco Histórico de Córdoba. Nadie duda de la renta económica que la ciudad va a sacar de la Magna, como lo hace de la Semana Santa, la Noche Blanca del Flamenco y citas (esto está por ver aún) como Ríomundi. Pero el beneficio tangible de una actividad no puede suponer la pérdida de calidad de vida de las personas.

La Magna, claro está, es un hecho puntual que podrá poner patas arriba la ciudad, pero los vecinos, con sus quejas, no se refieren a la celebración de actos religiosos únicamente, sino de todo el batiburrillo de festivales y actividades que siempre tienen el mismo centro neurálgico.

Con esto hay que hacer algo porque se corre el riesgo de perder un patrimonio aún más valioso que el cultural, que es el personal. La delegada de Casco Histórico (un área que con gran acierto ha recuperado el actual gobierno municipal), Laura Ruiz, apuntaba a este periódico preguntada por esas quejas vecinales que quizá la clave estaría más en “ordenar” que en “prohibir”. No aportó muchos más datos y no concretó si ese “ordenar” se refiere a repartir los actos por la ciudad o a colocarlos en el mismo sitio, pero en fechas un poco más separadas entre sí. Esto último, han insistido los vecinos, estaría muy lejos de suponer la mejor salida.

Lo que está claro es que hay que dar una solución a esta masificación de actos que, aunque muchos se empeñen en negar, existe, y hacerlo, eso sí, colocando a los vecinos en un lugar importante del debate.

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