Un estudio de la Universidad de Córdoba muestra que la migración de las aves puede dispersar semillas a más de 500 kilómetros

Ciencia

El proyecto demuestra el papel de especies frugívoras como el zorzal en la distribución de plantas y la supervivencia de poblaciones vegetales

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Un zorzal con un dispositivo GPS.
Un zorzal con un dispositivo GPS. / El Día

Las aves migratorias frugívoras tienen una enorme capacidad para dispersar semillas a largas distancias: al consumir frutos carnosos para alimentarse de su pulpa, defecan o regurgitan sus semillas, proporcionando a las plantas servicios de dispersión a cambio del alimento recibido en una relación mutualista. Especies como el zorzal común (Turdus philomelos) son capaces de transportar semillas a más de 500 kilómetros durante su migración, un proceso ecológico que puede ser crucial para explicar la distribución de las plantas, la colonización de islas oceánicas, la supervivencia de poblaciones vegetales en paisajes fragmentados por la actividad humana o la respuesta de las plantas al cambio climático.

Así lo pone de manifiesto un trabajo publicado en la revista Proceedings of the Royal Society B por personal investigadores de la Universidad de Cádiz (UCA), la Universidad de Córdoba (UCO), la Universidad de Glasgow de Reino Unido, la Universidad de Marburg en Alemania y la Fundación Migres, que ha empleado datos de los vuelos migratorios, tiempos de consumo de frutos y de retención de semillas en el tracto digestivo de las aves para desarrollar modelos matemáticos que permiten simular su dispersión. Los resultados muestran que la dispersión de semillas facilitada por la migración de especies como el zorzal puede alcanzar distancias extraordinarias, promoviendo cientos de miles de eventos de dispersión de semillas a más de 100 kilómetros cada año.

Para dar seguimiento a los vuelos migratorios de las aves, los científicos equiparon con dispositivos GPS satelitales a zorzales en diferentes puntos de Europa. En concreto, llevaron a cabo campañas de marcaje en la campiña de Cádiz, para el seguimiento de la migración primaveral hacia al norte; y en la isla de Heligoland (Alemania), la península de Falsterbo (Suecia) y el cabo Ventės (Lituania), para seguir la migración otoñal hacia el sur. Hay que tener en cuenta que los zorzales migran de noche, iniciando la mayor parte de los vuelos migratorios pocos minutos después de la puesta de sol. En paralelo, experimentos realizados en el Zoobotánico de Jerez (Cádiz) permitieron obtener información sobre los tiempos de retención de semillas en el tracto digestivo de las aves.

“La dispersión de semillas por aves en migración contrasta con las distancias mucho más cortas que alcanzan las semillas cuando son dispersadas por movimientos no migratorios de estas mismas aves, es decir, durante su estancia en las zonas de invernada, de cría, o en las pausas que realizan durante la ruta migratoria”, comenta Claudio A. Bracho-Estévanez, investigador que lideró este trabajo como parte de su tesis doctoral, realizada en la Universidad de Cádiz, y actualmente contratado por la Universidad de Córdoba. En dichos casos, “las semillas rara vez son dispersadas a más de un kilómetro de distancia de la planta dónde las aves consumieron los frutos”, anota.

Otros animales como los zorros, las garduñas o los primates no humanos también contribuyen a la dispersión de semillas, pero a distancias máximas mucho menores, generalmente por debajo de los 10 kilómetros. Solo algunas aves acuáticas migratorias, como las anátidas (patos y gansos), pueden facilitar distancias de dispersión de semillas comparables a las de aves como los zorzales durante su migración. “Este trabajo pone de manifiesto hasta qué punto la migración de las aves es un poderosísimo motor para la dispersión de las plantas a grandes distancias, conectando ecosistemas separados por centenares de kilómetros” indica Pablo González Moreno, coautor del estudio e investigador Ramón y Cajal de la UCO y el IISTA.

No todas las plantas llegan igual de lejos

La UCO ha indicado que este hallazgo adquiere una importancia especial en el contexto actual de cambio climático, ya que el servicio de dispersión de semillas que brindan aves como los zorzales durante su migración puede ser clave para preservar plantas en regiones fuertemente transformadas por la acción humana. A medida que las temperaturas aumentan, muchas especies vegetales dependen de las aves migratorias para dispersar sus semillas hacia regiones más frías. Sin embargo, no todas tienen las mismas oportunidades en esta carrera por redistribuirse: el estudio también revela que no todas las especies de plantas se benefician por igual de este fenómeno.

Las especies con semillas más pequeñas, al permanecer más tiempo en el tracto digestivo de las aves, tienen mayor probabilidad de ser transportadas una vez comienzan los vuelos migratorios y a mayores distancias. En plantas como el tejo, solo el 0,1% de las semillas serían dispersadas a más de 50 kilómetros por zorzales en migración. Sin embargo, en plantas como el madroño, con semillas más pequeñas, la misma fracción alcanzaría distancias superiores a 138 kilómetros.

“Este trabajo pone de manifiesto la importante función ecológica que las aves frugívoras migratorias desempeñan cada año, contribuyendo a la adaptación y a la resiliencia de los ecosistemas frente a los cada vez más frecuentes cambios ambientales a los que están sometidos. Paradójicamente, las aves frugívoras dispersoras de semillas (zorzales, mirlos, petirrojos, currucas, colirrojos, papamoscas) son grandes desconocidas para la sociedad y ampliamente ignoradas en las políticas medioambientales destinadas a gestionar, restaurar o conservar los ecosistemas”, explica Juan P. González-Varo, profesor del Departamento de Biología de la Universidad de Cádiz e investigador principal del proyecto Migrantseeds.

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