Escuchar a las personas sin techo: una prioridad ética y sanitaria

Tribuna universitaria

La salud de las personas sin hogar no empieza en la consulta: empieza cuando se garantiza lo más básico: una puerta que se abre, una cama para descansar, una ducha caliente que devuelve dignidad

Pertenencias de una persona sin hogar en Córdoba. / Miguel Ángel Salas
Pablo Martínez Angulo
- Profesor ayudante doctor de Enfermería en la UCO

16 de noviembre 2025 - 07:00

“Vivimos en una jaula de piedra donde todos quieren ser leones”. No es solo una metáfora potente; son palabras de un hombre sin techo pronunciadas en una investigación que realizamos recientemente sobre salud, calle y consumo de drogas. Con ellas abrimos una ventana al día a día de quienes duermen donde se puede, hacen colas interminables y tienen que explicar una y otra vez quiénes son y quiénes no. En ese itinerario, la salud no empieza en la consulta: empieza cuando se garantiza lo más básico —una puerta que se abre, una cama para descansar, una ducha caliente que devuelve dignidad—.

Salud que empieza por el espacio: la 'seguridad corporal'

La salud no arranca con una receta, sino con la posibilidad de bajar la guardia. Quien vive en la calle suele dormir a ratos, en postura incómoda, con frío o calor extremos y con el miedo constante a robos o agresiones. Ese modo alerta —taquicardia, tensión muscular, vigilancia permanente— impide descansar y acaba afectando el ánimo, la memoria y la tolerancia al dolor.

Disponer de un lugar seguro y predecible cambia el punto de partida: una cama limpia, un armario o taquilla para guardar pertenencias, una ducha, ropa seca, un desayuno sencillo. Con esas bases, muchas tareas que parecen de voluntad (pedir cita, cumplir un tratamiento, ir a un curso) se vuelven posibles.

También importa el entorno social del espacio: normas claras y comprensibles, trato sin gritos, horarios realistas y la posibilidad de volver si un día no se puede cumplir algo.

La violencia que no parece violencia: trámites, tiempos y turnos

No hace falta un portazo para que alguien quede fuera. A veces lo expulsan los papeles y los relojes: pedir documentos que no existen, exigir cita online a quien no tiene móvil o datos, o dar turnos a horas que coinciden con los repartos de comida o con el cierre del albergue.

Esta violencia procedimental se nota en pequeños detalles: formularios difíciles, ventanillas que envían a otra ventanilla, teléfonos que no atienden, esperas de horas sin un vaso de agua. Cada obstáculo consume energía y confirma la idea de que este sitio no es para ti.

Cuando el procedimiento se humaniza, baja la tasa de abandono y suben las consultas resueltas a la primera.

La micropolítica del respeto

El respeto no es una idea abstracta: se nota en el cuerpo. Se nota cuando alguien se presenta con su nombre, mira a los ojos, explica qué va a hacer y pide permiso antes de tocar. Se nota cuando usa palabras sencillas, evita diminutivos o etiquetas (yonqui, problemático) y pregunta cómo prefiere la persona que la llamen.

Estos gestos generan confianza y, con ella, información clave: dolores que no se contaban por vergüenza, consumo oculto, miedo a perder un lugar en el albergue si ingresan, o dificultades reales para guardar un antibiótico en frío. Sin esa confianza, el profesional prescribe a ciegas y la persona abandona a la primera complicación.

La micropolítica del respeto también incluye cerrar bien: resumir lo hablado, comprobar que se ha entendido (“¿cómo lo explicaría con sus palabras?”), acordar el próximo paso posible y dejar claro dónde y cuándo se puede volver si algo falla. Respetar no alarga porque sí las consultas; evita vueltas y urgencias evitables.

Lo que debe impulsarse desde la enfermería y las instituciones

1. Formación en reducción de daños y comunicación respetuosa

Incluir en la formación continua habilidades de entrevista no estigmatizante, pactos de cuidado paso a paso, gestión del riesgo y prevención del suicidio en contextos de alta vulnerabilidad.

2. Reconocer y medir el “trabajo de confianza”

Construir vínculo (esperar, volver mañana, insistir sin invadir) lleva tiempo y produce resultados: más adherencia, derivaciones efectivas, menos urgencias. Debe contarse en agendas e indicadores, igual que una cura o una vacuna.

Lo que podemos hacer tú y yo (acciones sociales al alcance de cualquiera)

• Trato digno en lo cotidiano. Saludar, mirar a los ojos, evitar bromas o etiquetas. El lenguaje crea realidades.

• No grabar ni exhibir situaciones de calle en redes sin consentimiento. Dignidad primero.

• Informarse sobre recursos locales. Saber dónde derivar (albergues, comedores, equipos de calle, dispositivos de reducción de daños) mejora la ayuda que prestamos.

• Evitar el consejo fácil. “Deja de consumir”, “búscate un trabajo” no son soluciones; escuchar sin juzgar abre más puertas que cualquier consejo.

Justicia práctica: de la norma al cuidado posible

Hay una forma de justicia que no se decide en un juzgado, sino en la mesa de admisión, en la consulta o en un banco de la plaza. Hacer justicia aquí significa no pedir lo imposible (papeles que no existen, autocuidados que requieren condiciones que no se tienen), no confundir autonomía con abandono y no convertir la norma en dogma cuando su aplicación literal hace daño. Y, sobre todo, significa mirar a estas personas no como casos difíciles, sino como ciudadanos con derecho a un trato que no humille y a un cuidado que devuelva agencia.

* Pablo Martínez Angulo es investigador postdoctoral del grupo de Investigación Interdisciplinar en Análisis del Discurso (HUM 380) y del GE10 Investigación Clínico-Epidemiológica en Atención primaria (IMIBIC). Profesor Ayudante Doctor del Área de Enfermería en la Universidad de Córdoba. @filocuido

* Esta investigación se ha recogido en el artículo We live in a stone cage where everyone wants to be a lion: A critical discourse-ethical study for homelessness nurse-led street outreach in Portugal, de Pablo Martínez-Angulo e Isabel Gil.

https://doi.org/10.1016/j.outlook.2025.102604

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