Orquesta de Córdoba | Crítica

El arte de la sinfonía

La Orquesta de Córdoba, en su primer concierto de la temporada de abono.

La Orquesta de Córdoba, en su primer concierto de la temporada de abono. / Juan Ayala

Desde la primera nota musical de este memorable concierto hasta las brillantes notas al mismo que, firmadas por Cristina Roldán, figuraban en el elegante programa de mano, todo fue arte -y arte del grande- en la velada ofrecida por la Orquesta de Córdoba en su primer concierto de abono.

Carlos Domínguez-Nieto hizo gala una vez más, no solo de una profunda inteligencia musical, sino también de sus dotes portentosas para sacar el máximo de los efectivos con que cuenta en cada momento. Como requiere la gran sinfonía interpretada, esos efectivos eran gigantescos.

La Orquesta de Córdoba se hallaba eficazmente reforzada principalmente por la Orquesta Joven de Córdoba, que dirige David Fernández Caravaca, lo que daba al acto interesantísimos valores añadidos de carácter pedagógico. En este sentido, vayan también desde aquí calurosos aplausos para la labor formativa que vienen realizando los conservatorios de la ciudad.

Parecía que todos los intervinientes en este proyecto monumental se hubieran contagiado del espíritu meticuloso y perfeccionista del genial Anton Bruckner (1824-1896) resolviendo con brillantez los retos grandes que esconde una partitura cumbre del sinfonismo.

Los atinados vientos, la percusión magistral, el encanto de las arpas, la empastada cuerda… Todo respondió a la expresiva gestualidad del director, que logró transmitir en todo momento su sólida concepción de una obra que, justo es decirlo, también exige del público un esfuerzo de atención prolongado, una disponibilidad de espíritu que parece ir a contrapelo de la velocidad de estos tiempos.

Pues también el público estuvo a la altura, como mostró sobradamente en la ovación final. Y salimos todos del teatro emocionados, ilusionados y, seguramente, mejores.

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