Orquesta de Córdoba | Crítica

Cantos orquestales a Córdoba

Un momento del concierto de presentación de temporada de la Orquesta de Córdoba.

Un momento del concierto de presentación de temporada de la Orquesta de Córdoba. / Juan Ayala

El interesante programa ofrecido el viernes por la Orquesta de Córdoba para su primer concierto extraordinario de la temporada ofrecía dos atractivos a priori: la presentación ilustrada de los conciertos que la van a jalonar y el esperado estreno de la obra Canto a Córdoba de Lorenzo Palomo (1938).

La velada, brillantemente conducida por los acertados, amenos y apasionados comentarios de Domínguez-Nieto, arrancó con una obra de Luis Bedmar (1932-2021), a quien todo el concierto estaba dedicado. Esta es la frase que expresaba dicha circunstancia en el programa de mano que se nos entregó a la salida: “Dedicado a Luis Bedmar, músico, compositor y director, que entregó con pasión su vida a la música, a Córdoba y a su Orquesta”.

Justo cuando está a punto de cumplirse el primer aniversario de su muerte, resultó muy emotivo evocar la entrañable figura de don Luis a través de una de sus obras más notables: la Obertura cordobesa (1969), obra de estilo folclorista en la que suena una de las melodías emblemáticas de la ciudad: El Vito.

A continuación, hizo su aparición el barítono Javier Povedano, solista de la velada, para abordar un aria hermosa y plena de júbilo del Oratorio de Navidad de J. S. Bach (1685-1750). Povedano mostró belleza de timbre y buena técnica, aunque quizás el acople natural de su voz al ritmo vigoroso y notablemente rápido que Domínguez-Nieto imprimió a la pieza no esté aún del todo maduro.

Seguro que para el 15 de diciembre (fecha del concierto que esta pieza anunciaba) ese detalle estará más que resuelto y disfrutaremos enormemente de su interpretación y de las de sus compañeros de reparto: el tenor Juan Sancho, la soprano Cristina Bayón y la contralto Marifé Nogales.

Con la tercera pieza llegamos a un momento cumbre de la interpretación de la Orquesta de Córdoba. La Petite suite (1889) de Claude Debussy (1862-1918) sonó espléndidamente. Orquesta y director hicieron brillar a la perfección las sutilezas que esconden los cuatro movimientos de esta obra maravillosa, aplaudidos todos con entusiasmo -de uno en uno- por el público que abarrotaba el Gran Teatro. El original de Debussy es para piano a cuatro manos, siendo -creo- la bellísima transcripción orquestal de Henri Büsser (1872-1973).

El 2 de febrero de 1858 se celebró en la Sophiensaal de Viena un baile dedicado a los artistas de todas las ramas del arte. La música estuvo a cargo de la Orquesta Strauss dirigida por Johann Strauss II (1825-1899), a quien el comité organizador había pedido que compusiera una cuadrilla (danza de salón) basada en melodías de diferentes compositores.

Se trataba de reflejar la temporada de conciertos, que es de suponer que incluiría (como esta Cuadrilla de los artistas de Strauss) músicas de Mendelssohn, Mozart, Chopin, Beethoven, Paganini, etc. Una especie de simpático popurrí. Aunque ninguna de las obras parodiadas por Strauss va a sonar en nuestra temporada del XXX aniversario de la Orquesta de Córdoba, fue todo un acierto la inclusión de la pieza en la velada. Y Domínguez-Nieto le sacó mucho partido musical y humorístico bromeando sobre lo importante que es abonarse a la temporada para recordar a los grandes clásicos.

Y llegamos al plato contundente de la noche: el Canto a Córdoba (2022) de Lorenzo Palomo, con textos de Juana Castro (1945), obra encargo de la Orquesta de Córdoba con motivo de su mencionado trigésimo aniversario.

La obra se articula en siete cuadros para barítono, clarinete y orquesta. Cada escena utiliza un efectivo tímbrico diferente, lo que da un gran interés a la escucha. Me pareció que la primera (cito los nombres de memoria, ya que no figuran en el programa), Érase una vez en Medina Azahara, la tercera (Plaza del Potro) y la última (Los piconeros del barrio de Santa Marina), son las más bonitas del conjunto.

En ellas, el estilo nacionalista tardío (pero también pleno de otras influencias del siglo XX y muy personal) con que Palomo impregna la obra, alcanza sus manifestaciones más originales. El resto de cantos, evocadores todos de una Córdoba de misterios y silencios que ya apenas existe, están dedicados a la Mezquita (Herencia de luz), El Cristo de los Faroles (lleno de emoción), La Calleja de las Flores (bella serenata nocturna) y Los patios (fragmento lleno de colores impresionistas).

A pesar de la buena dicción general de Domínguez-Nieto, pareció escucharse “los patos”, cuando presentó este movimiento, lo que creó un poco de confusión rápidamente resuelta por la evidencia de las bellas palabras de Juana Castro cantadas por Javier Povedano. El barítono y clarinetista cordobés estuvo brillante en su alternancia del clarinete y el canto: en ambos instrumentos destacó por su musicalidad y por un uso de la dinámica muy expresivo, que me pareció muy adecuado a la escritura de los ricos pasajes que, buscando la emoción muchas veces con recursos ajenos a la melodía, dedica a ambos -voz y clarinete- Lorenzo Palomo. Me encantaría volver a escuchar con más detenimiento este Canto a Córdoba. Y también que volvieran algunos de los valores que recoge.

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