"El asco moral hacia los políticos es un sentimiento que aumenta"

La hipocresía, la traición y la crueldad han sido históricamente "caldo de cultivo" de la clase dirigente, lo que lleva a su rechazo en momentos de grave dificultad

Fernando Aguiar, antes de pronunciar la conferencia inaugural.
Fernando Aguiar, antes de pronunciar la conferencia inaugural.

El vicedirector académico del Instituto de Estudios Sociales Avanzados (IESA), Fernando Aguiar, abrió ayer el nuevo curso de la institución con una conferencia sobre un tema "muy poco estudiado" por la sociología: el asco moral que provoca la clase política.

-¿Por qué el asco se ha dejado de lado en el ámbito académico?

-La ira, la indignación o el desencanto se han trabajado mucho, pero, dada la naturaleza del asco, se ha trabajado poco porque obliga a emplear términos que no son agradables. El lenguaje del asco se usa tradicionalmente para humillar y denigrar a otros, y desde ese punto de vista no es una emoción respetable.

-¿Cómo explica la ciencia que determinados integrantes de la clase política causen repulsión?

-Tradicionalmente, se solía decir que nos daba ganas de vomitar el que es distinto a nosotros, por ser de otra raza o por presentar alguna deformidad. Esto se puede explicar por el origen y la evolución biológica y cultural del asco, que es un sentimiento, tal y como explica Darwin, derivado de que somos un primate muy especial. Somos omnívoros, y en un momento de la evolución hubo de distinguir qué podía perjudicarlo. Ningún animal siente asco, y tampoco ningún animal tiene miedo a la muerte. El asco nace como rechazo a aquellos alimentos que nos pueden enfermar, y en relación con aquellas enfermedades que nos pueden matar.

-¿Y cómo se pasa de ahí al asco a quienes están en el poder?

-El asco evoluciona y se utiliza para generar normas sociales que tienen que ver con la intimidad y con nuestras relaciones con los otros. Cuando el asco se convierte en un sentimiento moralmente complejo y lo limpiamos de ese inicio primitivo de xenofobia, lo que rechazamos es aquello que nos puede dañar en un sentido moral. Ya no me daña que tengas un color de piel distinta, sino que puedas ser hipócrita, traidor o cruel... Y el problema es que, históricamente, la hipocresía, la traición y la crueldad han sido caldo de cultivo de los políticos.

-¿Y los ciudadanos de a pie somos tan diferentes?

-No es que seamos unos santos, porque a veces justificamos lo injustificable. Una encuesta del IESA de 2006 desvelaba que había una parte significativa de ciudadanos que reconocían aceptar la corrupción política municipal si les beneficiaba. Pero la diferencia con los políticos es que, en el momento en que sentimos esa repulsa moral, nos situamos del lado de las víctimas, que son quienes sufren esa traición, ese servilismo, esa hipocresía. Y, al final, sentimos que los políticos no pertenecen a la comunidad moral de las víctimas.

-¿Y ese sentimiento es creciente o siempre ha existido?

-Ese asco moral y la repugnancia han aumentado. Los ciudadanos piensan que los políticos no son como nosotros, que son unos chorizos. Incluso he escuchado a una señora decir que le daba asco ver a un determinado político reírse en la tele. Dada la situación, la mujer no entendía de qué podía reírse. Cuando el cuerpo político se corrompe, se rechaza. Tal y como ocurría con los alimentos. Y es lo que está pasando ahora con los poderosos, con los políticos, los banqueros... La gente siente repugnancia moral.

-¿Hay alguna manera de solucionar esta situación?

-Con transparencia, con información, usando el parlamento y no gobernando por decreto y utilizando a los ciudadanos como si fueran niños pequeños o ignorantes. Lo que nos fastidia es que nos engañen.

-¿Cómo habría que reaccionar ante el asco a la política?

-No deberíamos sentir asco hacia una persona, sino hacia las acciones. Y eso es lo que nos lleva a la indignación. Recomendaría esa reacción a favor de la democracia, y no la resignación, pues al fin y al cabo supone una huida.

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