El alcalde aventurero de Los Patos y La Salud
Cordobeses en la historia
Domingo Badía Leblich fue hijo de funcionario, aprendió a vivir como tal, gozó de numerosos cargos y subvenciones oficiales, gobernó Córdoba, recorrió África y se reinventó su biografía


Alas afueras de Tánger, el suelo del barrio de Beni Makada es una playa olvidada por las mareas, con la espuma de la ciudad blanca coronándola a los lejos. La zona desierta donde habitan los más pobres lleva el mismo nombre de quien dejó en el centro de Córdoba el vergel de la Agricultura; Ali Bey o Domingo Badía, el Príncipe Abbasida o Hajji Ali Abu Utman, pues todas las personalidades adoptó este hombre nacido para unos el 1 de abril, el mismo día de octubre para otros, y en 1767 en Barcelona para sus numerosos biógrafos.
Coinciden también todos en el nombre de su padre, Pedro, un alto funcionario, y en el de la madre, Catalina, perteneciente a una familia belga de hondas raíces catalanas. Ambos quisieron convertir al pequeño Domingo Francisco Jordi en un brillante matemático. Pero esa ciencia no fue nunca del gusto del muchacho, que mostró desde los primeros años una desmedida pasión por los estudios orientales y el árabe, fruto, a juicio de todos, de su llegada a la andaluza Vera con apenas 11 años, al ser nombrado el padre tesorero de aquel partido y comisario de Guerra.
El ambiente que en 1778 respiraba aún el último reducto morisco de al Ándalus impregnó al niño, marcando para siempre su legendaria y azarosa vida. A la hora de abordarla y recomponerla quizá convenga, como prevención, atender al extraordinario inicio del prólogo de Juan Barceló Luqué en los Viajes de Ali Bey: "Domingo Badía Leblich era un espía, y como tal escribir su biografía resulta un objetivo casi imposible. Los espías no tienen nunca una biografía en sentido estricto, diríamos que tienen varias, o que su biografía es el conjunto de esas varias".
Cuando en 1786 es destinado el padre a la capital del Reino, ya había nacido su hermana Gregoria María del Carmen, malagueña, y Domingo había iniciado su carrera como funcionario, según Salvador Barberá, en Ali Bey, viajes por Marruecos, quien asegura que "A los 14 años fue designado administrador de utensilios de la costa de Granada". Con 19 sustituyó al padre y el 26 de septiembre de 1791 se casó, también allí, con María Luisa Barruezo y Campoy, madre de su única hija, María Asunción, aunque en su cuaderno de viajes hablaría de un segundo matrimonio y un hijo en Fez. Dice el mismo autor que contando la niña tres años y él 26, llegó a Córdoba como administrador de la Real Renta de Tabacos. Traía un bagaje importante en el conocimiento de las Ciencias, Botánica, Astronomía y Geografía, entre otros, y había dedicado a Manuel Godoy, valido de Carlos IV, un estudio sobre máquinas o globos aerostáticos.
En esta ciudad quizá hallara el poso de un cordobés para la historia, el médico y astrólogo Gonzalo Serrano, que había fallecido 30 años antes dejando una importante obra sobre astronomía universal, desde su observatorio de la Torre de la Malmuerta.
En Córdoba perfeccionó sus estudios de árabe y se empeñó en construir un globo que, con los permisos pertinentes, se instaló en el Campo de la Merced en mayo de 1795. El primer intento de vuelo lo frustró el viento, y al cuarto fue el propio padre de Badía quien denunció e impidió el empeño del hijo.
Volviendo a la edición de Barceló Luqué en los Viajes de Ali Bey, fue destinado a Puerto Real (Cádiz) abandonando el cargo de funcionario. Se dedicó entonces a organizar su primer viaje a Marruecos, con la excusa de explorar territorios nunca pisados por europeos. Empezó por practicarse la circuncisión y ataviarse como los habitantes del Magreb. Pero queda la sospecha de que el viaje, bendecido por Godoy y financiado por la Corona, escondiera la conquista de Marruecos, el espionaje o sencillamente la aventura.
Tras asegurarse una pensión para su mujer y su hija, entró en Marruecos por Tánger en junio de 1803, abandonándolo en octubre de 1805. Después de un largo viaje por Egipto, Arabia o Siria y ser el primer español que pisó la Meca, volvió de Constantinopla en 1807 y encontró una España dominada por Napoleón. Aconsejado por Carlos IV ofreció sus servicios al emperador galo, y éste lo puso a las órdenes del Rey José I. Así, procedente de Segovia, volvió a Córdoba el 5 de abril de 1810 como prefecto (alcalde) de la ciudad. Siete meses después dispuso la construcción de los cementerios de La Salud, San Cayetano y San Sebastián, cumpliendo una vieja aspiración de las autoridades sanitarias. A él se debe también la ampliación de jardines. En 1811 se acrecienta la superficie del que pasa a llamarse Paseo de la Agricultura, con tres caminos para los transeúntes. De ese mismo año data el famoso plano de la ciudad, del que beberían varias décadas después De Montis y Nolasco. Coinciden estos datos con la opinión de Barceló: "En Córdoba, que él tan bien conocía, desempeñó una labor ingente reformando profundamente la agricultura". Destaca asimismo que introdujo nuevos cultivos e impulsó "un grandioso proyecto urbanístico-sanitario", volcándose igualmente en la cultura, y apuntalan autores cordobeses que organizó los servicios sanitarios, de alumbrado y recogida de basura.
Terminó sus días lejos de Córdoba, donde había enterrado a su padre, y casó a su hija en Francia antes de fallecer un 31 de agosto de 1818 cerca de Damasco, posiblemente de alguna de las diversas muertes que se le atribuyen: ¿Enfermo? ¿Envenenado por un alto mandatario? Su final es tan legendario y confuso como su autorretrato, hecho de sueños y literatura.
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