Toros

El Coso de Los Califas de Córdoba toca fondo

Faena de Roca Rey con la muleta.

Faena de Roca Rey con la muleta. / Miguel Ángel Salas

Que la apertura de la puerta califal no empañe el momento que atraviesa la Córdoba taurina. No es restar méritos a Roca Rey, su acreedor, pero el incontestable triunfo del peruano no debe nublar el delicado momento que se vive cada día de festejo en el coso de Ciudad Jardín.

El festejo ha sido una sucesión de circunstancias que hacen ver que Córdoba, taurinamente hablando, es de primera categoría solo a nivel administrativo. Lo que ocurre en los corrales, palco, tendidos y ruedos es más propio de una plaza de talanqueras que de una plaza que, por tradición e historia, debiera ser un referente, y que, a día de hoy, no lo es ni por asomo.

Hay que empezar diciendo que la afición cordobesa prácticamente no existe. El público que se sienta en los cómodos asientos color almagra no conoce la liturgia de la lidia, desconoce igualmente el reglamento y sobre todo la pureza del espectáculo. Todo vale, todo sirve, todo se aplaude. Nadie protesta nada y todo se da por bueno.

Tanto es así que desde el tendido nadie protestó la impresentable presencia de alguno de los toros jugados. Toros impropios de una plaza de primera categoría, toros que de forma incomprensible fueron aprobados por los facultativos. Toros carentes de presencia por fuera, y vacíos, huecos y carentes de las características que debe tener un toro de lidia.

Tanto es el desconocimiento, que se protestó un toro, el quinto, por manso, y que una presidencia amable y dadivosa devolvió de forma antirreglamentaria. Hay que poner pie en pared. La solución no es bajar la categoría de la plaza. Todo pasa por educar al público y mantener unos criterios acordes a lo que debe de ser, por tradición e historia, la plaza de toros de Córdoba.

Morante de la Puebla, en el Coso de los Califas. Morante de la Puebla, en el Coso de los Califas.

Morante de la Puebla, en el Coso de los Califas. / Miguel Ángel Salas

Por lo demás, poco que contar. Ya se sabe. Si el toro falla, la fiesta se cae. Los toros estuvieron ayunos de todo. Toros sin alma, toros carentes de emoción e impropios para una lidia dinámica y lucida. Ante ellos, los toreros poco, o nada, pudieron hacer.

Abrió cartel Morante de la Puebla. Un torero que venía de hacer historia la pasada Feria de Abril en Sevilla, pero por Córdoba ha pasado de puntillas. Solo mostró detalles de su particular tauromaquia y poco más. Mejor en su primero, un animal noblote que iba y venía, sin emoción alguna, eso sí, en los que logró alguna tanda vistosa y preciosista pero carente de profundidad. Un molinete y adorno por la espalda de cartel de toros, y pare usted de contar. Lo demás, ruido y pocas nueces. En su segundo hizo el intento, pero ante un desarme y la falta de entrega de su oponente dio por concluida su actuación. Morante pasó por Córdoba de puntillas en esta ocasión.

El caso de Juan Ortega comienza a preocupar. El sevillano no cabe duda de que es un gran torero, pero no acaba de romper. No acaba de confirmar todo lo que apunta. Cierto es que sus oponentes no fueron los propicios para el lucimiento, por lo que su labor quedó muy opaca. Buen concepto en todo, pero falto de remate y de rotundidad. Pinceladas sublimes en lienzos apenas bosquejados. Es cierto que lo intentó, pero las cosas no resultaron como sería de desear. Un torero con la categoría que atesora, que tiene el beneplácito de la afición, que está nuevo y es novedad, que tiene la moneda y del que se espera todas las tardes algo deslumbrante, debe apretar mucho más el acelerador. El manejo de los aceros, infame.

Juan Ortega, con la muleta, en el Coso de los Califas de Córdoba. Juan Ortega, con la muleta, en el Coso de los Califas de Córdoba.

Juan Ortega, con la muleta, en el Coso de los Califas de Córdoba. / Miguel Ángel Salas

Roca Rey fue el triunfador de tan extraño festejo. El espada peruano pasa un momento dulce. Ve toro en cualquier sitio y encima cuenta con el consentimiento del gran público. Pasó por Córdoba arrollando. Poco le importaron las pocas opciones que ofrecieron sus dos oponentes. Será catalogado de heterodoxo, de peculiar, de carente de profundidad, pero ahí está. Torero apetecible para las empresas, tira de taquilla, y encima, sobre el ruedo, no escatima nada. Se arrima como un tejón y tiene un valor a prueba de bombas.

En su primero, que brindó a José María Montilla, y al que recibió con unos vistosos lances de capote, le cuajó un trasteo variado, poderoso, templado y sobre todo con mucha conexión con el tendido. Eficaz con la espada, cortó dos orejas, que le permitían abrir la puerta grande. En su segundo, un toro sin alma, puso de nuevo toda la carne en el asador. Faena de dominio, dejándose llegar en las postrimerías del trasteo los pitones a los alamares. De nuevo certero con la espada, cortó otra oreja con gran petición de la segunda.

Si hay algo que reprochar, fue tal vez su falta de ajuste en el toreo fundamental, quedándose tras el primer muletazo muy al hilo del pitón, pero tal vez era la única forma de que sus oponentes tuvieran continuidad en sus embestidas.

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