Basada en su propia obra teatral Los vecinos de arriba, Sentimental prolonga la querencia de Cesc Gay con el retrato agridulce de esa clase media urbana acomodada (En la ciudad) y sus cuitas sentimentales, mezquindades y pequeñas miserias cotidianas, ahora bajo la férrea y económica estructura de la comedia de decorado único, apenas cuatro personajes y una situación torcida a golpe de diálogo. Un esquema de probaba eficacia escénica que nos remite aquí no tanto a Mazursky, como tal vez se pretenda, como a aquel cine de la Transición que quiso quitarle la caspa al nacionalcatolicismo matrimonial con el juego de las tentaciones de la modernidad traducidas en la fantasía, el intercambio de parejas y la consecuente caída del velo de la crisis.
Javier Cámara, Griselda Siciliani, Alberto San Juan y Belén Cuesta retoman aquí los personajes del elenco original catalán y madrileño, dos parejas vecinas reunidas a regañadientes en una cena de picoteo que, como mandan los cánones distópicos, termina convirtiéndose en un incómodo juego de propuestas y tentaciones y, a la postre, en una forzada sesión de terapia con público (¡!) bajo la que no es muy complicado ver la operación del efecto especular.
El problema es que todo lo dicho aquí suena a antiguo, atrancado y algo casposillo, como si la pareja protagonista de cuarentones que interpretan con escasa química Cámara y Siciliani se hubiera escapado de una máquina del tiempo para trasladarse a un confortable piso de diseño en tiempo de pasiones apagadas, de la misma forma que su dupla complementaria responde a ese modelo liberal y desinhibido (en lo sexual, se entiende) más bien rayano en la caricatura progre.
Liberados a un duelo dialéctico de proposiciones incómodas y (auto)revelaciones dolorosas, entre interpretaciones desiguales (Siciliani parece estar, ciertamente, en un vodevil de Arturo Fernández) y previsible desenlace abierto, Sentimental satisfará tal vez a los nostálgicos del teatro ligero con mensaje o a parejas veteranas en crisis con necesidades de identificación catártica, pero no da el pego ni la talla para un espectador medianamente exigente con todo aquello que el cine pueda mejorar o traducir del lenguaje de los escenarios.